miércoles, 3 de junio de 2009

EDUCACIÓN E INFRAESTRUCTURA

Ningún país supera el subdesarrollo si no resuelve el drama de la pobreza rural. Ya se ha demostrado que un Estado gasta seis veces más en crear empleos en áreas urbanas que en zonas rurales y que la presión por espacios y servicios en las urbes nace de la migración del campo a la ciudad por falta de oportunidades. Por lo tanto, el requisito fundamental para el desarrollo nacional es la reversión de todo lo que impide el progreso económico fuera de los suburbios.
En Bolivia dos factores influyen de gran manera en su atraso en desarrollo humano y agrario: la pésima educación en escuelas básicas rurales y en formación técnica agropecuaria y la carencia total de infraestructura básica como carreteras, comunicación, energía y servicios rurales. El primer factor es común a la región; América Latina mantiene una permanente desventaja en productividad agropecuaria en relación a países desarrollados. En general sus sistemas educativos son obsoletos, alienados y excluyentes, dedicados a impartir una formación desarticulada de la realidad y conducida al desempleo.
En nuestro país - además - hemos vivido por siglos pretendiendo ser una sociedad monocultural negando nuestra interrelación de idiosincrasias. Esto ha conducido al desprecio de destrezas tradicionales útiles para alcanzar eficiencia productiva y para valorar los recursos de nuestro entorno natural.
Nuestras escuelas básicas rurales imparten una enseñanza dirigida a que el alumno huya del campo y se avergüence de su origen. No se valoran habilidades agrícolas o pecuarias ni se crea una conciencia en la conservación de los recursos naturales. En áreas con idiomas nativos se bloquea la imaginación del alumno obligándolo a aprender un idioma ajeno al de su hogar y a muchos se les ha hecho común el desprecio de su idioma materno por su inutilidad para cualquier trámite elemental (ni siquiera la partida de bautizo se tramita en idioma nativo). Creciendo en un medio en el que se valora tan poco lo propio, es lógico que cada día se incrementen las masas de desempleados en urbes nacionales o del extranjero.
Nuestras escuelas técnicas y facultades de carreras agropecuarias no son un nexo entre la ciencia y la producción; no capacitan para difundir destrezas que mejoren y consoliden conocimientos empíricos. En general el mundo académico está desligado de realidades cotidianas de la economía rural; el extensionista o facilitador de tecnologías para la producción – cuando existe - es cada vez más un agente de ventas que acomoda productos, desentendido de la producción integral. El resultado es el mismo en todas las regiones del país ya sea para agricultura de subsistencia o mecanizada comercial: improvisación, desperdicio, destrucción de recursos naturales y rendimientos medios muy alejados de los estándares regionales.
Tan deplorable como ésto es el estado de la infraestructura rural que aleja toda producción de la dinámica comercial. La aplicación de tecnologías es más complicada en un mundo rural remoto, carente hasta de estaciones meteorológicas confiables.
Por todo esto es necesario diseñar una política de desarrollo rural que considere fundamental un cambio total en la educación y priorice inversiones en infraestructura. A nada conducen las viejas consignas de repartir tierras y pedir créditos porque no se trata sólo de recursos sino de conocimientos. Motivémonos para tener la voluntad de propiciar una educación tecnológica para la eficiencia.

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