jueves, 17 de noviembre de 2011

LOS INDÍGENAS TRINITARIOS DEL TIPNIS

Los actuales habitantes mojeños del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure son los antiguos buscadores de la Loma Santa o sus descendientes. Como ha sido señalado por varios investigadores[1], la búsqueda de la Loma Santa caracteriza a los antiguos indígenas Trinitarios y sintetiza el imaginario de su cultura por encontrar un “paraíso terrenal”, una pampa que no se inunda señalada con una cruz y en la que existe gran variedad de ganado, “infinidad de animales silvestres y todo lo necesario para vivir en abundancia”. Pero estos movimientos no fueron sólo de los antiguos mojeños, sino que continuaron hasta finales del siglo XX. Hoy el TIPNIS simboliza la Loma Santa y su destrucción significa el final de una ideología de búsqueda del equilibrio ecológico y social.
Esta doctrina milenaria de búsqueda de la Loma Santa nace de tres fuentes principales: la cultura mojeña pre-colonial, la cultura guaraní y el mesianismo cristiano. En el primer caso es un proceso de reocupación de los antiguos lugares en los que se desenvolvió el Imperio Mojeño prehispánico en una armónico complejo hidráulico de canales y terraplenes; en los dos últimos, es el resabio de otras culturas milenaristas de origen Arawak como la guaraní y tiene una sólida influencia en la Tierra Prometida del ideario cristiano adoptado en la época de las reducciones.
Los mojeños le dieron un carácter particular con movimientos “de retorno a sus parajes de antaño” que se inician en 1887 (mucho después del período de las reducciones) con el liderazgo de Andrés Guayocho, indígena itonama, chamán de “vista clara”, que incitó a la migración masiva hacia otros parajes de lo que actualmente es la provincia Moxos. Posteriormente estas migraciones continuaron como “una estrategia efectiva de resistencia del pueblo mojeño frente a la agresión colonial” y continuaron durante la república buscando un distanciamiento cultural y espacial de la sociedad criolla-mestiza. A mediados del siglo pasado las relaciones sociales de opresión a través de patronos ganaderos, las inundaciones de las áreas ya ocupadas y el anhelo de mejores tierras y tiempos prósperos, continuaron motivando la búsqueda de la Loma Santa. Las migraciones condujeron a asentamientos en lugares muy diferentes a las Pampas de Mojos. Se establecieron cerca a la Cordillera de los Andes, “pie de monte” surcado por los ríos Ichoa, Moleto, Isiboro y Sécure.
La búsqueda de la Loma Santa pretende dar respuesta a los mismos problemas que hoy embargan a los países amazónicos: el drama ecológico por el agotamiento de los recursos, el conflicto social con agentes de un modelo desarrollista y la necesidad de reivindicar los valores culturales de equilibrio con la naturaleza.
Pero en los últimos tiempos ya nadie cree en la Loma Santa. Los recursos se agotan cada día más priorizando monocultivos basados en pesticidas; los conflictos sociales se agravan con la invasión de culturas funcionales al sistema de acumulación y a nadie le interesan los valores culturales que permiten producir sin destruir.
Ya no se concibe el uso armónico de la selva porque se desconfía de la sabiduría de su habitante originario, por eso se cree que la única forma de proteger el bosque consiste en no tocarlo. Pero lo intangible del bosque está en lo que nadie quiere ver, que es la sabiduría indígena para sobrevivir en él, cada vez más perdida, cada vez más destruida, cada vez más borrosa como la utopía de la Loma Santa.

*Ingeniero Agrónomo. www.deestepa.blogspot.com.
[1] Zulema Lehm (1991), James C. Jones (1993), Roy Querejazu (2008).

lunes, 3 de octubre de 2011

NO HAY MERCADO LIBRE SIN ESTADO ESTRICTO

Salvando distancias, la crisis de la deuda de Europa y Estados Unidos podría ser comparada con la de 1929 cuando el desplome de bolsas ocasionó un cataclismo económico. En aquella época varios economistas trataron de explicar las razones que llevaron a semejante desmoronamiento y entre ellos se destacó una agrupación de Alemania que plantea básicamente que los grupos de poder son los que distorsionan la libertad del mercado al priorizar sus privilegios antes que los de la comunidad y que estas alteraciones deben ser corregidas por el Estado. Sus teorías fueron aplicadas en la reconstrucción de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial.


Hoy este lenguaje suena conocido si consideramos que los destinos de Portugal, Grecia o España lo definen los bancos y no los Estados. Cuando el Estado es avasallado por intereses de grupo acaba asumiendo compromisos insostenibles, “se privatizan la ganancias y se socializan las pérdidas”.


Muchos insistirán en pesadas explicaciones diciendo que la crisis de la deuda “se desprende de mecanismos complejos cuya comprensión exige saber manejar con destreza las innovaciones permanentes de la ingeniería financiera”, pero para no seguirle el juego a la cofradía de los que dicen que entienden, que suelen ser los que se benefician, simplemente es cuestión de analizar los orígenes de la crisis del 2008 y su secuela actual.


Ese año, las “hipotecas basura” de E.U. dieron origen al descontrol, un reparto de préstamos hipotecarios sin respaldo real que socavaron la capacidad financiera de los bancos. Esto desencadenó otras debacles como la gran estafa de Madoff, el financista norteamericano que en la nación con el Estado más controlador del mundo pudo cometer un fraude de 50.000 millones de dólares, suma que equivale a multiplicar por cinco el monto de la estafa que ya había hecho Enron. De esta larga lista de desfalcos tuvo que hacerse cargo el Estado emitiendo bonos.


Para que esto ocurra hay muchas razones, pero el motivo de fondo es la deficiente gestión de los sistemas reguladores del Estado; imperfecciones en los controles que un Estado estricto debe ejecutar para impedir su avasallamiento por grupos de poder y que algunos “inversionistas” consideran atentatorios al libre mercado.


La esencia de la crisis europea tiene el mismo origen que la norteamericana en cuanto a la debilidad de los Estados, mucho más siendo una región de mercado común en la que cada país tiene políticas fiscales propias incapaces de controlar la hegemonía del capital privado.


Pero lo que ya resulta intolerable es que los grupos patronales y los defensores a ultranza del libre mercado quieran hacer creer a la opinión pública - con el tradicional apoyo mediático - que la razón de la crisis actual está en las políticas sociales del Estado por mejorar las condiciones de vida de la población. Este descaro enardece al gran público que a través de las redes sociales estalla en indignaciones masivas y en vandalismos inéditos.


En países subdesarrollados en general y en América Latina en particular, Estado es sinónimo de gobierno y muchos grupos están más interesados en atraer inversiones extranjeras y en reclamar mercado libre antes que en consolidar una entidad que vele por la comunidad. La verdadera doctrina política de hoy debería ser la de vigorizar el proceso de institucionalización plena del Estado, algo difícil de entender para nosotros, habituados a cometer arbitrariedades y a entrar en pánico cuando se habla de socializar responsabilidades. No por casualidad nuestros países ostentan la mayor desigualdad entre ricos y pobres. Y no por casualidad el país hoy menos afectado por la crisis de la deuda europea es Alemania, donde se aplicó mejor la lección que enseña que no hay mercado libre sin Estado estricto.

jueves, 21 de julio de 2011

TECNOLOGÍA Y CRISIS ALIMENTARIA

La crisis alimentaria no está en la falta de alimentos sino en su mala distribución, en haber creado un sistema económico que impide que la tecnología para la producción agropecuaria esté al alcance de todos. Una política establecida que permite una apropiación monopólica de los avances científicos y que conduce a que la investigación no busque ampliar el saber sino el vender. Se ha aumentado permanentemente la producción de alimentos, pero sólo para sobre alimentar a algunos, condenar al hambre a muchos más y destruir los bosques del planeta.

Las grandes empresas involucradas en el desarrollo de nuevas tecnologías para la producción agropecuaria invierten grandes capitales en desarrollar semillas, pesticidas y fertilizantes porque éstos serán de su propiedad y podrán ser vendidos para recuperar la inversión y obtener ganancias. En contraste, es irrisoria la inversión en investigación y desarrollo de sistemas agroecológicos mucho más amigables con el ambiente. Estos sistemas de producción basados en control biológico y prácticas agronómicas integrales son difíciles de patentar, están al alcance de todo agricultor y por lo tanto no son vendibles en exclusividad. Siendo técnicas sin propietario, son muy pocos los interesados en demostrar científicamente sus ventajas y en financiar su desarrollo. Ha tenido que ser la naturaleza la que nos demuestre a través del cambio climático y la hambruna de mil millones de personas, la necesidad de revisar la forma en la que hasta ahora hemos distribuido los beneficios de la tecnología en el mundo.

Nuestra forma universalmente aceptada de patentar los beneficios tecnológicos ha ocasionado que nuestra salud y nuestros alimentos estén a merced de las transnacionales. Por eso la ciencia duda hasta de las plantas medicinales; a nadie le interesa demostrar científicamente sus virtudes porque no es posible ser el propietario exclusivo de ellas. Hoy ningún país puede preciarse de tener propiedad plena sobre la genética de sus productos agropecuarios y, con o sin transgénicos, la mayor parte de la producción de alimentos ya está subordinada a lo intereses de empresas multinacionales.

Pero tal vez un tema como el de los Organismos Genéticamente Modificados permita que gran parte de la opinión pública aterrice de una vez sobre la realidad de la producción de alimentos en el mundo. Es poco razonable pedir a estas alturas, cuando casi todo está a merced del manejo perverso de los beneficios de la tecnología y todos consumimos chatarra como borregos, que los agricultores se sacrifiquen utilizando sistemas agroecológicos y germoplasmas nativos que nunca han recibido el suficiente apoyo para demostrar su verdadero valor. El 95% de nuestros productores utiliza soya transgénica porque el sistema los ha condenado a una espiral interminable de consumo de agroquímicos, priorizando ingresos por encima de la salud y la naturaleza. Si tuvieran a su alcance sistemas agroecológicos alternativos validados y viables que les aseguren un ingreso similar al que obtienen con transgénicos, no dudarían en adoptarlos.
El gran desafío actual no está en decidir si se usa o no tal o cual tecnología, sino en cambiar la mentalidad de la sociedad para que la ciencia esté al servicio de la vida.

martes, 15 de marzo de 2011

CONSENSO PARA PRODUCIR SIN DESTRUIR

En el mundo la producción agropecuaria se debate entre la propuesta agroecológica y la propuesta industrial, pero hasta ahora ninguna ha demostrado ser la respuesta a la carencia de alimentos de gran parte de la población.

La fórmula agroecológica que promueve la agroforestería del pequeño productor evitando el uso de agroquímicos y rescatando los conocimientos tradicionales de las comunidades en una perspectiva de justicia social, ha dado muestras de éxito en cuanto a la preservación del medio ambiente y la calidad de vida, pero para pequeñas poblaciones que no representan toda la realidad.

La propuesta agroindustrial ha arrasado con bosques y biodiversidad al producir grandes cantidades de alimentos, pero su futuro es incierto, como lo demuestra la paradoja de que sus extensos monocultivos ocasionen cambios climáticos que reducen sus rendimientos; un círculo vicioso agravado por la volatilidad de los mercados de alimentos al estar ligados a los mercados financieros y de energía.

Mientras continúa este debate y ambos bandos exhiben su mutua repelencia, la mayor parte de las consecuencias de la falta de consenso entre ambas posturas recaerá sobre los pobres del mundo, que utilizan el 70% de sus ingresos en alimentos, y sobre áreas de alto valor de conservación cada vez más intervenidas.

Por todo esto es actualmente imperativo emprender el esfuerzo de sentar en la misma mesa a gobiernos, ecologistas, multinacionales de semillas y agroquímicos, comunidades agroforestales y organismos de conservación, para establecer las bases de una agropecuaria responsable.

De la misma manera que en 1993 se creó el Consejo Mundial para la Certificación Forestal, FSC por sus siglas en inglés (Forest Stewardship Council), para promover la gestión responsable de los bosques del mundo, se están creando foros de consenso para definir estándares de producción responsable de cultivos de gran extensión como la soya, biocombustibles y ganadería, principales fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático. Pero estos foros son combatidos y criticados por uno y otro bando - como lo fue y es todavía el FSC - porque es difícil alcanzar una certificación de producción responsable que garantice una total protección de la biodiversidad con adecuada gestión económica y social. Es un enorme desafío que agroecologistas y agroindustriales traten de buscar soluciones en estos foros, exponiendo y demostrando sus posiciones con la obligación de alcanzar un acuerdo, en vez de encerrarse en círculos aislados armados para shows mediáticos.

En Bolivia tenemos el ejemplo de entidades de conservación que tuvieron la valentía de consensuar con empresas petroleras para que la construcción de un oleoducto no destruya un bosque. De una similar capacidad de respeto a la diversidad de criterios para lograr una complementariedad entre opuestos depende el futuro de la biodiversidad del planeta y de la alimentación adecuada de sus habitantes.

viernes, 28 de enero de 2011

ENTRE COCA Y NICOTINA

Cada seis horas muere un fumador. Un mascador de coca debe morir más o menos cada seis años, no hay datos disponibles. Lo cierto es que en el tiempo necesario para que muera un mascador de coca mueren cientos de miles de fumadores. Pero la Convención de Estupefacientes de 1961 prohíbe mascar coca, no fumar.

La prohibición intenta reducir el número de mascadores de coca para que disminuya la producción de cocaína. O sea que no está dirigida propiamente a los mascadores de la hoja sino a evitar la propagación del cultivo del que se extrae el estupefaciente. La razón fundamental para prohibir este alcaloide radica en la protección de la salud pública. Pero si la salud pública es tan importante, ¿no sería lógico prohibir también la nicotina?.

En el mundo mueren cada año más de siete millones de personas por su adicción a la nicotina, una cifra casi equivalente a toda la población nacional. A ésto debemos añadir la muerte anual de más de medio millón de personas que no fuman pero conviven con fumadores. Como si esto no fuera suficiente para catalogar a la nicotina como una espantosa amenaza para la salud pública, enfrentamos la triste realidad de que la industria tabacalera induce a la adicción a personas sin criterio formado. El hábito se lo adquiere en la adolescencia; son muy pocas las personas que aprenden a fumar en la mayoría de edad. Por lo tanto la nicotina tiene además un agravante de inmoralidad al basar su distribución en la perversión de menores.

En aras de la justicia o se prohíbe todo o no se prohíbe nada. El mundo tiene ya muchas experiencias que le enseñan que prohibir es contraproducente. La masticación de hojas de coca seguirá creciendo en Bolivia y en países andinos y vecinos con o sin autorización de la Organización de Naciones Unidas, de la misma manera que no dejaría de haber fumadores si se prohibiera la nicotina. Es de inadaptados e ingenuos prohibir lo que no se puede controlar.

Por eso, siendo prácticos y dada la gran proliferación de otros adictivos dañinos a la salud en el diario vivir, como la cafeína de energizantes y cafés, la teína de la yerba mate, la teobromina del cacao, etc., despenalizar la masticación de coca nos permitiría perfeccionar su situación jurídica para incluirla entre los productos que tienen un gravamen impositivo especial, como la nicotina, el alcohol y el café, para recaudar más recursos que se destinen al desarrollo de la inteligencia emocional en niños y adolescentes y a otras alternativas que nos ayuden a reducir el triste desamparo que los lleva a automedicarse.

Apresurarse a vetar la despenalización de la hoja de coca es tan apasionado como andar diciendo que alimenta y es buena para todo. A pesar del país que lidera el veto a la despenalización, que es el mismo que alberga y protege a la gran industria tabacalera, los países andinos debemos admitir que la hoja de coca es parte de nuestra identidad y nuestra historia. Sólo quien acepta y reconoce su identidad es capaz de defender su dignidad.