Bolivia enfrenta el desafío de
alcanzar la soberanía alimentaria e incrementar la exportación de cultivos
industriales sin poner en riesgo ecosistemas de valiosa biodiversidad, pero se sigue
insistiendo en la deforestación para ampliar la frontera agrícola. Si realmente
cumpliéramos con la pregonada política de respeto a la Madre Tierra, nos enfocaríamos
más en la productividad y en la eficiencia, en vez de andar buscando qué bosques
destruir. Nuestros rendimientos agrícolas son los más bajos de la región, con
una subutilización de tierras en ganadería totalmente irresponsable.
El rendimiento medio nacional de soya no
alcanza a 2 ton/ha comparado con el de Paraguay (2,95), de Brasil (2,87) y de
Argentina (2,78) y lo mismo ocurre con otros cultivos, pese a que la producción
agropecuaria nacional cuenta con ventajas como la reducción de impuestos y la subvención
al diesel. Sus costos son altos por diversos factores que van desde las malas
prácticas a las carencias de infraestructura, pasando por la lentitud en
consolidar el uso de biotecnología, temas en los que hay mucho que hacer, pero
que siempre quedarán postergados ante el recurso simplista de seguir
deforestando.
Una de nuestras
insuficiencias es la falta de datos fiables actualizados sobre la superficie
cultivada y el avance de la deforestación, que cambian permanentemente. A
través de determinados estudios podemos afirmar que en las tierras bajas existen
más de 2.5 millones de hectáreas deforestadas que no están incorporadas en la
superficie efectivamente cultivada, por ser tierras degradadas o estar
destinadas a otros usos como pastizales para ganadería, que por su reducida
productividad están asociados a la especulación de la tierra.
La
creciente demanda mundial de soya es una amenaza permanente sobre los bosques
de la Amazonía. Paralelamente, como ya estableció la FAO hace algunos años, la
ganadería está dañando los
ecosistemas del mundo por ser una de las mayores fuentes de emisión de gases
invernadero a través de la deforestación, lo que obliga a asumir un cambio
total de mentalidad en cuanto a la forma en que la carne se produce, se
procesa, se financia y se consume.
Pero en nuestro medio estas advertencias se ignoran
permanentemente, insistiendo en un modelo que no está basado en la competitividad
ni en la investigación sino en la depredación de suelos y el tráfico de madera
y tierras. Por eso es inadmisible que existan solicitudes de
deforestación por parte de dirigentes agrícolas y pecuarios, cuando lo que
debería primar es una política de recuperación de recursos, incremento de la
productividad y reordenamiento territorial.
Para compatibilizar
el incremento de la producción agropecuaria con la preservación de los recursos
naturales, se deberían seguir 4 estrategias: la reubicación de cultivos y
ganado, la reforestación de pastizales, el incremento de la productividad y la
adopción de estándares de certificación. Estos cuatro pilares de acción deberán
apoyarse en la actualización permanente de los mapas actuales del uso de la
tierra y en sistemas de seguimiento satelital de la vegetación, además del financiamiento
a los productores para cumplir el proceso.
Sólo una política agropecuaria integral responsable que no esté regida por
intereses grupales y que priorice la tecnología, la eficiencia y la
competitividad, logrará detener la deforestación y
permitirá que nuestra economía deje de depender de combustibles fósiles.