Así como ciertos sectores de
la industria niegan que exista un cambio climático argumentando que lo que
ocurre es parte de un ciclo histórico normal y no el resultado de la actividad
humana, los defensores del medio ambiente que atribuyen a la actividad humana
el cambio climático eluden relacionarlo con la sobrepoblación. En el fondo,
para ambos bandos la verdadera amenaza es un asunto incómodo.
Pero no es fantasía el hecho
de que la población de la Tierra tardó miles de años en llegar a una población
de mil millones de personas (principios del siglo XIX) en contraste con la
vertiginosa velocidad con que en sólo 50 años – de 1920 a 1970 – cuando ya
tenía dos mil millones, se duplicó a cuatro mil. En nuestros días, como acaba
de publicar la revista Science en
base a estimaciones de Naciones Unidas, se demuestra que habrá casi 12.000
millones de humanos antes de fin de siglo.
No es difícil comprobar - basta
navegar por imágenes satelitales - que los lugares devastados del mundo son
regiones sobrepobladas. El color verde oscuro intenso de la imagen satelital
del departamento de Pando, por ejemplo, contrasta con el paisaje parduzco
surcado de grietas del otro lado de la frontera cuyos bosques han sido
arrasados. No es que los habitantes de Bolivia sean mucho más responsables con
la naturaleza que sus vecinos del Brasil; no es que este contraste entre vida y
muerte se deba a complejas variables, es simplemente resultado de un solo
factor: la diferencia de población.
Si el crecimiento de la
población humana está fuera de control y todos los estudios desde la época de
Malthus prueban que es un proceso que no se va a estabilizar, es lógico por lo
menos sospechar que los desórdenes del ciclo histórico o el cambio climático sean
producto de esta amenaza.
Pero el problema de fondo es
que la sobrepoblación no se debe simplemente al incremento de la tasa de
natalidad sino en gran medida al atraso cultural de la humanidad, anclada en
valores del siglo I que provocan desigualdad y discriminación. Las regiones con
mayor pobreza son las dominadas por grupos de poder cuya filosofía pregona la
misoginia, la homofobia y el racismo con diversos eufemismos.
De la misma forma en que no
suele relacionarse la destrucción de ecosistemas con la sobrepoblación, no es
frecuente vincular la sobrepoblación con la desigualdad. Por eso millones de
personas salen a las calles del mundo para llamar la atención sobre la urgente
necesidad de hacer algo para mitigar el cambio climático, pero no para
concientizar sobre la terrible amenaza de la sobrepoblación que es el resultado
de la indiferencia y la falta de solidaridad. Es incómodo reconocer que lo que
verdaderamente puede acabar con el mundo es la injusticia social.
La sobrepoblación es el resultado
del individualismo que pregona la falacia de un capitalismo sustentable,
exacerbando el cambio climático, la guerra, las migraciones en masa y el hambre;
pretendiendo que la solución está en la expansión de la producción agrícola, cuando
el mundo desperdicia anualmente 1,3 billones de toneladas de alimentos,
mientras que 805 millones de personas sufren desnutrición crónica o hambre.
No se trata entonces sólo de
ser más responsables con el medio ambiente sino de comprender que su deterioro
es consecuencia de enormes distorsiones sociales. No es la ciencia la que detendrá
el cambio climático sino un cambio universal de actitud, porque un mundo más
respetuoso con la naturaleza sólo será posible cuando exista una humanidad
solidaria.