miércoles, 30 de mayo de 2012

COLONIZADOS POR COLONOS


En los años ochenta fueron varias las voces que protestaron contra los planes del gobierno de entonces – empujado por la cooperación de países con alto consumo de cocaína – de impulsar el desarrollo alternativo en el trópico de Cochabamba para sustituir las plantaciones de coca. Esas opiniones, consideradas extravagantes en la época, se opusieron a que se auspicie la colonización de las provincias Chapare y Carrasco a través de la construcción de caminos, redes eléctricas y diversa infraestructura, en vez de invertir esos recursos en desarrollar la zona rural del altiplano y los valles. A fines de los años noventa se consolidó la destrucción al introducir en la región miles de cabezas de ganado para implementar pasturas sustituyendo bosques de alta pluviosidad en frágiles ecosistemas.
Hoy el resultado de todas estas acciones desarrollistas nos demuestra un fracaso múltiple. No sólo se afectó al medio ambiente rompiendo el frágil equilibrio de un bosque húmedo que compromete la estabilidad de la región, sino que se dinamizó el cultivo de coca alejando la posibilidad de sustituirlo, además de arraigar en los beneficiarios del desarrollo alternativo una cultura de colonización expansionista. Del derroche también se aprovecharon los organismos extranjeros de cooperación que enviaron “expertos” a aprender, cobrando abultados salarios a cuenta del erario nacional. O sea que destruimos el bosque, fomentamos la expansión del cultivo de coca, hicimos de la colonización un vicio y endeudamos más al país.
No se requerían grandes economistas para vaticinar esos resultados, mucho más si no se veía ni a largo plazo la posibilidad de levantar la interdicción al consumo de cocaína. Lo correcto hubiera sido impedir el asentamiento de poblaciones en la región dotándolas de todo lo necesario en sus lugares de origen para evitar su migración. Pero hoy los cuervos ya están volando y en muchos lugares rurales de tierras bajas se repite la expulsión de poblaciones originarias por colonos nacionales llamados interculturales, que representan sólo a dos culturas y desprecian a las demás, en la misma línea de los “progresistas” que siempre se burlaron de la pluriculturalidad.
Su expansión destruye los bosques sin resultados tangibles a través de una actividad rural inmersa en un círculo vicioso: no rinde económicamente lo suficiente para que permanezca en su parcela todo el tiempo, pero al no permanecer en ella todo el tiempo su parcela no rinde lo suficiente. Un sistema trashumante que complica la producción racional y competitiva de la agricultura y la pecuaria y que es la razón básica por la que muchos proyectos fracasan estancados en una actividad de subsistencia. 
Tal como en el pasado, al colonizador no le interesa la cultura del colonizado. Más bien la considera retrógrada y cree que es su deber “civilizarlo” incorporándolo a su sistema moderno de consumismo y acumulación. Yuracarés, Guarayos, Mojeños, Chimanes, Ayoreos y otros grupos están hoy marginados, alcoholizados y prostituidos por un sistema que mercantiliza todos los aspectos de la vida y que no entiende la sabiduría de vivir en el bosque sin destruirlo.
Una degradación fomentada por los gobiernos de ayer y de hoy azuzados por políticas extractivistas de países extranjeros y por los partidarios locales del desarrollismo a cualquier costo.