martes, 10 de noviembre de 2009

LA QUIMERA DEL SIGLO

(Este artículo fue publicado en el periódico La Razón de La Paz hace 13 años, el 27 de Abril de 1996; se refería al siglo XX. En el siglo actual la quimera de la lucha contra el narcotráfico continúa ocasionando grandes estragos sin que hayamos cambiado nada, tal como no es necesario cambiar nada al artículo).

Para el negocio del narcotráfico es fundamental difundir una sólida prohibición al consumo de drogas. Su enorme rendimiento económico está directamente relacionado con la penalización al consumo y a la producción de materias primas. A medida que se refuerzan los sistemas de interdicción y de persecución a los fabricantes, se encarece el producto haciendo su comercialización más lucrativa y por lo tanto más atrayente. La lucha contra el narcotráfico es la quimera del siglo por su efecto multiplicador contraproducente, que ha conducido a una abrumadora expansión del comercio de estupefacientes. Se nutre de la prohibición, que además fomenta el consumo. Enormes y múltiples intereses condenan el consumo de drogas porque prohibirlas es la base fundamental de su negocio.

Pero el consumo de drogas psicoactivas no siempre estuvo prohibido ni su uso es algo exclusivo de nuestro tiempo, como mucha gente tiende a creer. El proceso de prohibición está muy ligado al de expansión de la hegemonía de EE.UU. a principios del presente siglo. En aquellos años sus próceres moralistas eran unánimes en el convencimiento de que América debía “redimir“ al mundo. Para el imperio naciente, “la cruzada civilizadora internacional contra bebidas y drogas” fue el argumento para negociar los intereses de sus inversiones en otros países. Después de la Guerra Fría, la lucha contra el narcotráfico se vuelve a fortalecer como excusa para intervenir en países en desarrollo.

En EE.UU. la popularización del consumo de cocaína en particular fue relativamente lenta. La gran escalada de consumo estuvo muy relacionada con el fortalecimiento de su prohibición y se dio a partir de los años 60, cuando se estimaba que existían 10.000 usuarios, hasta alcanzar los 25 millones de cocainómanos actuales. Estas y todas las cifras señalan que la lucha contra el narcotráfico no conduce a la disminución de adictos.

Al analizar las posibles consecuencias de la liberalización del consumo de drogas, se suelen confundir los efectos de la drogadicción con los del narcotráfico. La sociedad es reticente a levantar la prohibición del consumo de drogas por los efectos devastadores de su uso en los adictos, sin compararlos con los enormes daños que ocasiona el narcotráfico. La triste imagen de vidas destruidas por la adicción a las drogas no deja ver claramente que es precisamente la prohibición al uso de drogas la que ocasiona la tragedia. El narcotráfico es una organización de ofertantes ávida por crear demanda al estar enormemente motivada por cuantiosos rendimientos económicos debidos a la prohibición. Sus intereses procuran confundir a la sociedad.

En nuestro medio contamos con numerosos y valiosos estudios que analizan la drogadicción y el narcotráfico; sin embargo, como se afirma en uno de ellos, la “toma de conciencia” sobre lo que significa el narcotráfico para un país como el nuestro, es muy lenta. Bolivia es una nación que además de compartir con el mundo la tragedia de la drogadicción, está gravemente amenazada por el narcotráfico. No sólo por su acción directa que reduce nuestra posibilidades de desarrollo productivo, propaga la corrupción en todos los niveles, aumenta la delincuencia y alienta el consumo de cocaína, sino porque la lucha para su erradicación es el gran pretexto para avasallar nuestra soberanía y nuestros derechos humanos amedrentándonos constantemente con “descerificaciones” e intervenciones militares. El narcotráfico aprovecha nuestra secular pobreza rural para mimetizarse entre la desesperación de nuestro campesinado difundiendo de él una imagen falsa de “traficante codicioso adicto al trabajo fácil”. Por todo esto el narcotráfico es para Bolivia una tragedia mucho más grave que para otros países. Deberá ser, por lo tanto, la nación más interesada en erradicarlo. Y para ello ya no podemos someternos a las falsas poses moralistas de países consumidores que no asumen su verdadera responsabilidad. Nos urge iniciar una cruzada para combatir el narcotráfico destruyendo el elemento que lo nutre: la prohibición al consumo de drogas.

Está claro que será muy difícil para nosotros abogar por abolir en el mundo entero la penalización al consumo de drogas para terminar con la farsa quimérica, pero por lo menos no exhibamos nuestra ingenuidad con poses de prohibición que fomentan el consumo y favorecen a narcotraficantes y a los que se benefician de ellos.