El departamento del Beni lleva su nombre en alusión
al río Beni, por eso siempre se llamó departamento “del Beni” y no “de Beni”,
como se empeñan en tergiversar ciertos medios, pese a haberse explicado muchas
veces los pormenores históricos del nombre de este departamento, que se basa en
la gran importancia geopolítica que le dieron sus fundadores al río Beni como
hidrovía de salida al mar a través de los grandes afluentes del Amazonas.
Así como esto no se quiere entender, no se acaba de
comprender que esta región es un ecosistema de agua en el que las inundaciones
son parte de la dinámica natural. El desequilibrio del sistema proviene del
desconocimiento de su funcionamiento destruyendo los bosques de la cuenca alta
de sus ríos e insistiendo en obras y asentamientos en tierras que son firmes
sólo temporalmente. A esta destrucción ambiental nos empujó en el pasado la
cooperación externa implementando desarrollo alternativo en el bosque húmedo tropical
y hoy nos presionan otros intereses foráneos para hacer carreteras de asfalto
en territorios de agua.
La enorme llanura de inundación que es esta región de
más de 200.000 Km cuadrados está surcada por ríos, lagos y madrejones que son
un enorme recurso hídrico y una gran oportunidad de transporte, como ya lo
entendieron los antiguos moxeños que construyeron lagunas y canales que
actualmente se siguen usando. Miles de toneladas de carga se mueven todos los
años por vía fluvial desde Puerto Villarroel a Trinidad y Guayaramerín
incluyendo enormes cisternas que transportan combustible a través de la avenida
principal Ichilo- Mamoré, sin infraestructura de puertos, sin servicios de
dragado ni vigilancia de escollos.
Pese a todos estos ejemplos de aprovechamiento
fluvial que deberían llevar a profundizar el estudio de la dinámica de las
cuencas y los movimientos hídricos para entender el peligro que implica la
construcción de carreteras cuyos enormes terraplenes modifican el flujo de los
cursos naturales de agua ocasionando sequías e inundaciones y alterando el
ecosistema, nos empeñamos en levantar asfaltos convencionales gastando enormes
recursos, desafiando a la naturaleza que después de unos años nos obliga a su reconstrucción.
Si conociéramos mejor nuestros recursos para usar a
nuestro favor las ventajas que nos da la naturaleza entenderíamos que la
carretera entre Cochabamba y Trinidad ya existe y es la vía Ichilo-Mamoré. Lo
que falta es mejorarla con infraestructura de puertos, mantenimiento de ríos y
construcción de canales para que la surquen cientos de ferris trasbordando
personas, vehículos y carga. La gran avenida fluvial permitiría mejorar el
transporte a comunidades, ciudades y pueblos y a integrar los parques y
territorios indígenas a través de sus afluentes y canales que consolidarían su
integración para mejorar la salud y la educación.
El cambio climático ya no nos permite insistir en
nuestra tradicional destrucción y ocupación masiva de áreas de alto valor de
conservación; es urgente entender nuestra heterogeneidad climática y geográfica
para planificar la gestión del territorio reordenando asentamientos y rehabilitando
los mecanismos naturales de protección.