viernes, 28 de enero de 2011

ENTRE COCA Y NICOTINA

Cada seis horas muere un fumador. Un mascador de coca debe morir más o menos cada seis años, no hay datos disponibles. Lo cierto es que en el tiempo necesario para que muera un mascador de coca mueren cientos de miles de fumadores. Pero la Convención de Estupefacientes de 1961 prohíbe mascar coca, no fumar.

La prohibición intenta reducir el número de mascadores de coca para que disminuya la producción de cocaína. O sea que no está dirigida propiamente a los mascadores de la hoja sino a evitar la propagación del cultivo del que se extrae el estupefaciente. La razón fundamental para prohibir este alcaloide radica en la protección de la salud pública. Pero si la salud pública es tan importante, ¿no sería lógico prohibir también la nicotina?.

En el mundo mueren cada año más de siete millones de personas por su adicción a la nicotina, una cifra casi equivalente a toda la población nacional. A ésto debemos añadir la muerte anual de más de medio millón de personas que no fuman pero conviven con fumadores. Como si esto no fuera suficiente para catalogar a la nicotina como una espantosa amenaza para la salud pública, enfrentamos la triste realidad de que la industria tabacalera induce a la adicción a personas sin criterio formado. El hábito se lo adquiere en la adolescencia; son muy pocas las personas que aprenden a fumar en la mayoría de edad. Por lo tanto la nicotina tiene además un agravante de inmoralidad al basar su distribución en la perversión de menores.

En aras de la justicia o se prohíbe todo o no se prohíbe nada. El mundo tiene ya muchas experiencias que le enseñan que prohibir es contraproducente. La masticación de hojas de coca seguirá creciendo en Bolivia y en países andinos y vecinos con o sin autorización de la Organización de Naciones Unidas, de la misma manera que no dejaría de haber fumadores si se prohibiera la nicotina. Es de inadaptados e ingenuos prohibir lo que no se puede controlar.

Por eso, siendo prácticos y dada la gran proliferación de otros adictivos dañinos a la salud en el diario vivir, como la cafeína de energizantes y cafés, la teína de la yerba mate, la teobromina del cacao, etc., despenalizar la masticación de coca nos permitiría perfeccionar su situación jurídica para incluirla entre los productos que tienen un gravamen impositivo especial, como la nicotina, el alcohol y el café, para recaudar más recursos que se destinen al desarrollo de la inteligencia emocional en niños y adolescentes y a otras alternativas que nos ayuden a reducir el triste desamparo que los lleva a automedicarse.

Apresurarse a vetar la despenalización de la hoja de coca es tan apasionado como andar diciendo que alimenta y es buena para todo. A pesar del país que lidera el veto a la despenalización, que es el mismo que alberga y protege a la gran industria tabacalera, los países andinos debemos admitir que la hoja de coca es parte de nuestra identidad y nuestra historia. Sólo quien acepta y reconoce su identidad es capaz de defender su dignidad.