Como en muchos países del
mundo, en Bolivia somos cada vez más urbanos. Se estima que hasta el año 2025
sólo un 25% de nuestra población permanecerá en áreas rurales. Ante esto el
gran desafío del desarrollo rural es tratar de contener a la población migrante
procurando que haya cada vez más oportunidades en su lugar de origen para
evitar su traslado a las urbes. Para el Estado es unas diez veces más costoso
mantener a una familia en las grandes ciudades que en la zona rural. Las
grandes urbes son además una fuente de graves problemas sociales por la
disgregación familiar, la pérdida de identidad cultural y la adopción de vicios
que llevan a la prostitución y a la delincuencia.
Una alternativa importante
para esto es que se fortalezcan las ciudades intermedias. Pero tanto para estos
centros de menor población como para las grandes ciudades, una gran oportunidad
medioambiental y económica es la agricultura familiar cuya expansión nos
permite crear una conciencia de fomento de ciudades verdes.
Hay estudios que sugieren que
la biodiversidad urbana representa entre 8 a 25% de la que se encuentra en
ambientes naturales. Nuestras grandes aglomeraciones son una maraña de
concreto, asfalto e industrias contaminantes que llevan a pensar que son
espacios inertes y sin embargo la vegetación y la vida animal se adaptan por
sobrevivir. Fomentando ciudades verdes a través de parques y bosques y la
expansión de prácticas agrícolas familiares en pequeña y mediana escala,
podríamos apuntalar la sobrevivencia de fauna y flora, lo que llevaría a
aumentar el número de especies y el bienestar de la vida humana en la urbe.
A diferencia de los espacios
públicos verdes la agricultura familiar representa un área vegetal productiva y
en la medida en que se desarrolle es una alternativa para frenar la expansión
del mercado de la construcción con las mismas reglas mercantilistas. Tal como
ocurre con las zonas en las que las urbanizaciones tratan de invadir tierras
fértiles, si la productividad agrícola es alta, el mercado paga buenos precios
por la cosecha y hay un fomento municipal a su permanencia, la presión del
asfalto puede ser atenuada con éxito.
En el año internacional de la
agricultura familiar debemos despertar la conciencia de que se trata de una
alternativa importante para frenar la inmisericorde expansión de la urbe sobre
terrenos que otrora fueron vergeles. Todo ciudadano adulto recuerda con
nostalgia el hermoso lechugal o la apacible arboleda que había donde hoy se
impone un centro comercial o una enorme estación de servicio.
En Bolivia tenemos además la
ventaja de contar con sociedades que desarrollaron por fuerza mayor una gran
capacidad de emprendedurismo. No es casualidad que El Alto sea una de las diez
ciudades verdes de Latinoamérica que produce hortalizas en huertos urbanos y
sea también una de las ciudades con mayor emprendedurismo de la región. Además
de los huertos en invernaderos, desde el aire se puede ver que muchos patios
traseros de esta ciudad están cubiertos de cultivos de papa.
La expansión de la agricultura
familiar dependerá de la capacidad de desarrollar un esfuerzo conjunto entre
ciudadanos, municipios, políticas estatales de extensión agrícola y conciencia
de lo mucho que significa una ciudad verde. Desde ya, podría crearse un premio
al municipio que con los rendimientos económicos de la producción agrícola
urbana frene efectivamente la expansión de asfalto y cemento.