Cuando el gobierno de José Ballivián (1841-1847) creó el
departamento del Beni, el plan general gubernamental de desarrollo estaba
basado en cuatro regiones, “una de éstas comprendía el oriente y se esperaba
que a través de esta región fluyera el intercambio comercial con Europa por la
vía Amazonas-Atlántico; por eso, la denominación del nuevo departamento se
supeditó al término que refería un río y no al de una cultura tradicional
autóctona, Mojos” (Groff Greever, 1987), como era previsible para una región
cuyo sentido de pertenencia estaba centrado en la tradición jesuita mojeña. Es
decir que la importancia del río es la base del nombre del departamento y al
omitir la contracción de preposición y artículo (del) estamos eliminando la
alusión a la vía fluvial.
De la misma forma en que varios medios se
empecinan arbitrariamente en eliminar la alusión a la vía fluvial del nombre
del departamento, las propuestas de vías de vertebración hacia esta extensa
región y otras colindantes se plantean como si los ríos no existieran. Más de
la mitad de los departamentos de nuestro país (cinco de los nueve) cuentan con
ríos navegables; los que usan ríos como medios de transporte permanente con un
flujo de carga importante, el Beni y Cochabamba, son precisamente los que se
pretende vincular con una carretera.
En los estudios de las posibilidades de
transporte en la Amazonía, uno de los escenarios imaginados es el de esta
región sin carreteras. Se basa en crear una infraestructura de mejoramiento de
las vías fluviales invirtiendo en puertos y en sistemas permanentes de limpieza
y dragado similares a los que actualmente se hacen en la gran vía Ichilo-Mamoré
y afluentes como los ríos Ibare y Tijamuchí. Estas propuestas sugieren
comunicar toda la Amazonía con sistemas similares a los que actualmente usan
algunas empresas petroleras en la selva peruana: las ciudades serían como
plataformas petroleras en el mar, no existirían carreteras entre ellas, la
gente iría por vía aérea y la carga por vía fluvial. Incluso el país que nos
induce a reemplazar bosques por asfalto utiliza los ríos como vías de
transporte y actualmente es posible viajar pagando poco y llevando mucho en un
barco desde Porto Velho a Manaus.
Si realmente nos interesa la naturaleza lo más
urgente es corregir nuestra mentalidad de creer que todo tiene que hacerse como
siempre, y más aún si profesamos una doctrina de cambio. Es nuestra falta de
creatividad la que nos lleva a insistir en hacer carreteras de asfalto
destruyendo fauna y flora y matando los pulmones del mundo, teniendo ríos que ya
son grandes vías de comunicación.
Por ahora son muy pocos los que se acuerdan de
nuestros ríos navegables, de lo importante que sería mejorar su infraestructura
portuaria y de armar una red de conexiones a ríos menores que permita el
transporte permanente. Ni siquiera la desatención actual a las pocas carreteras
existentes ha hecho que nos acordemos de otras posibilidades y es poco lo que
se puede esperar de pueblos como el que reclama vinculación, San Ignacio de
Mojos, invadido por colonos andinos que si realmente tuvieran interés en
conectarse su deber sería reclamar por la conclusión de una obra que se
construye desde hace 50 años, la carretera a La Paz que es al mundo, porque
comunica con los puertos marítimos.
En realidad mejorar nuestras carreteras de
agua no es una idea nueva sino una adaptación nueva de una idea vieja: la
visión del creador del departamento del Beni que ya en el siglo XIX vislumbró
la gran posibilidad de vinculación del oriente al mundo.