jueves, 21 de julio de 2011

TECNOLOGÍA Y CRISIS ALIMENTARIA

La crisis alimentaria no está en la falta de alimentos sino en su mala distribución, en haber creado un sistema económico que impide que la tecnología para la producción agropecuaria esté al alcance de todos. Una política establecida que permite una apropiación monopólica de los avances científicos y que conduce a que la investigación no busque ampliar el saber sino el vender. Se ha aumentado permanentemente la producción de alimentos, pero sólo para sobre alimentar a algunos, condenar al hambre a muchos más y destruir los bosques del planeta.

Las grandes empresas involucradas en el desarrollo de nuevas tecnologías para la producción agropecuaria invierten grandes capitales en desarrollar semillas, pesticidas y fertilizantes porque éstos serán de su propiedad y podrán ser vendidos para recuperar la inversión y obtener ganancias. En contraste, es irrisoria la inversión en investigación y desarrollo de sistemas agroecológicos mucho más amigables con el ambiente. Estos sistemas de producción basados en control biológico y prácticas agronómicas integrales son difíciles de patentar, están al alcance de todo agricultor y por lo tanto no son vendibles en exclusividad. Siendo técnicas sin propietario, son muy pocos los interesados en demostrar científicamente sus ventajas y en financiar su desarrollo. Ha tenido que ser la naturaleza la que nos demuestre a través del cambio climático y la hambruna de mil millones de personas, la necesidad de revisar la forma en la que hasta ahora hemos distribuido los beneficios de la tecnología en el mundo.

Nuestra forma universalmente aceptada de patentar los beneficios tecnológicos ha ocasionado que nuestra salud y nuestros alimentos estén a merced de las transnacionales. Por eso la ciencia duda hasta de las plantas medicinales; a nadie le interesa demostrar científicamente sus virtudes porque no es posible ser el propietario exclusivo de ellas. Hoy ningún país puede preciarse de tener propiedad plena sobre la genética de sus productos agropecuarios y, con o sin transgénicos, la mayor parte de la producción de alimentos ya está subordinada a lo intereses de empresas multinacionales.

Pero tal vez un tema como el de los Organismos Genéticamente Modificados permita que gran parte de la opinión pública aterrice de una vez sobre la realidad de la producción de alimentos en el mundo. Es poco razonable pedir a estas alturas, cuando casi todo está a merced del manejo perverso de los beneficios de la tecnología y todos consumimos chatarra como borregos, que los agricultores se sacrifiquen utilizando sistemas agroecológicos y germoplasmas nativos que nunca han recibido el suficiente apoyo para demostrar su verdadero valor. El 95% de nuestros productores utiliza soya transgénica porque el sistema los ha condenado a una espiral interminable de consumo de agroquímicos, priorizando ingresos por encima de la salud y la naturaleza. Si tuvieran a su alcance sistemas agroecológicos alternativos validados y viables que les aseguren un ingreso similar al que obtienen con transgénicos, no dudarían en adoptarlos.
El gran desafío actual no está en decidir si se usa o no tal o cual tecnología, sino en cambiar la mentalidad de la sociedad para que la ciencia esté al servicio de la vida.