La agroecología está
actualmente relegada a los discursos de demagogia ecológica; es mucho más una
aspiración que una realidad. Esto se debe principalmente a la insignificante
inversión en investigación y desarrollo de sistemas de producción agroecológica
en comparación con los enormes recursos que financian a la agropecuaria
comercial; a la ingenua tendencia a creer que la agroecología es producir en
forma casera, natural y prístina; y a la persistencia de nuestra mentalidad
reduccionista. A esto se añade el considerar a la agroecología como un conjunto
de prácticas y no como una ciencia que pertenece a la investigación científica,
enmarcándola más en una ideología que en una certeza académica de producción
sustentable. Por eso su difusión es muy lenta y ha sido confinada a la pequeña
escala.
A diferencia de la llamada
agricultura orgánica, que es la producción de alimentos sin utilización de
pesticidas ni fertilizantes químicos, la agroecología es básicamente la
producción basada en la diversidad genética, condición a la que no se ciñe
necesariamente la agricultura orgánica. Es la combinación de una variedad de
plantas en policultivo, reciclando procesos para evitar insumos externos.
No existe ningún alimento de
uso común que no haya sido manipulado por el hombre, ya sea en forma empírica o
siguiendo una metodología científica a través de una larga historia de
prodigios, desde el invento del maíz hace más de 6.000 años hasta las actuales
gallinas ponedoras que producen una proteína encerrada en calcio casi todos los
días del año. Por eso la diversidad genética no se refiere a que las semillas
sean obtenidas directamente de la propagación propia – como se cree
ingenuamente - sino a la habilidad de aprovechar la simbiosis de diversas
plantas mejoradas que son el resultado de largas investigaciones. Esto significa
que hace más de un siglo y mucho antes de los inventos recientes, un productor
depende de institutos de investigación, de centros de mejoramiento o de transnacionales
que certifican líneas puras de plantas y animales para una producción eficiente
de rendimiento viable.
La agricultura orgánica y la
agroecología no podrían existir sin el desarrollo genético porque la única
forma de reducir el uso de agrotóxicos es la biotecnología y ésta se nutre de
la diversidad genética natural de donde obtiene germoplasma.
La tendencia a fomentar
monocultivos es parte de nuestra mentalidad reduccionista que busca simplificar
un mundo complejo. Tratamos de entender la vida en base a la abstracción, que
para comprender mejor los fenómenos los aísla de su contexto. Pero no existe
nada que no interaccione con su entorno y a la larga la simplificación nos
lleva a situaciones insostenibles como la agropecuaria en monocultivos, que
debe librar una batalla infinita contra gran diversidad de plagas que aprovechan
la concentración inmensa de un mismo huésped.
Por todo esto los gobiernos y
las universidades son los llamados a invertir en desarrollar sistemas
agroecológicos para contrarrestar la inversión en agricultura comercial y los
ciudadanos a dirigir su consumo a alimentos producidos en policultivos. Esto
reducirá la influencia de un modelo que no dirige la tecnología hacia el manejo
de cultivos combinados y que no crea razas que aprovechen el pasto biodiverso ni
los sistemas agroforestales y silvopastoriles.
La agroecología es como la
naturaleza, un sistema complejo, y la entenderemos plenamente cuando nuestro
paradigma deje de ser la simplificación.