Construir carreteras
en áreas protegidas indígenas o invadir parques naturales con exploraciones
petroleras es lo mismo que haría cualquier gobierno capitalista basado en el
extractivismo. Es el resultado de la carencia de liderazgo creativo capaz de
innovar ante nuevas realidades, “descolonizando la mente” para liberarla de su sometimiento
a hacer más de lo mismo. El arraigado pensamiento fatalista de creer que
estamos irremediablemente anclados a un mercantilismo global capitalista, impide
el esfuerzo de imaginación que abre la voluntad para aceptar que la probabilidad
de otras alternativas es posible. A la mentalidad reacia al cambio le cuesta
entender que existen otras opciones y otros líderes para construir un país
diferente en el que el extractivismo deje de ser una obsesión; exige recetas
concretas e inmediatas que se traduzcan en dinero efectivo.
Por eso
insiste en las tradicionales vías de comunicación a través de asfalto y cemento
incluso en territorios de agua y es incapaz de desarrollar otras alternativas de
ingreso que no sean las del vicio de recurrir a la extracción de recursos no
renovables. Le es difícil plantearse otra forma de agricultura que no sea la de
monocultivo y otra ganadería que no esté basada en la deforestación. En general
se aferra a los viejos conceptos del mercantilismo clásico que considera que
otras alternativas son demasiado costosas porque no evalúa los costos en forma
correcta. Y esto significa que no cuantifica el valor de recursos naturales
como el aire, el agua o la biodiversidad.
Cambiar la
mentalidad extractivista es un desafío local y del mundo. Por eso las reuniones
de partes ante el cambio climático avanzan lentamente o se empantanan en
discursos que revelan la influencia de un autismo desconectado de la realidad
planetaria, que trata los problemas globales bajo una óptica separatista,
excluyente y territorialista, dirigida por intereses económicos.
Que el mundo
insista en una visión disociada del mundo natural y nosotros lo secundemos añadiendo
nuestros seculares caudillismos, es una miopía con la que perdemos un tiempo
valioso para la transición radical hacia un mundo sustentable. No se trata de la
calumnia permanente sobre quién destruye más bosques o emite más gases o
dilapida el agua dulce, sino de enfrentar el verdadero problema que es la falta
de una visión holística, planetaria y sin fronteras geopolíticas. Una visión
que permita cambiar la mentalidad fatalista de creer que el extractivismo es forzoso
y que en forma universal nos lleve a una transformación paulatina, democrática, sostenida y
consensuada.
Insistiendo en el extractivismo no nos comportamos
como una sociedad responsable de sus recursos naturales que se anticipa a las
alteraciones climáticas y ambientales, sino como un país del común que explota
en exceso sus recursos, movido por la necesidad, la negligencia y la
improvisación política de seudo-líderes incapaces de entender que la gran
revolución es la del ser.
De la misma forma en que la mentalidad reacia al
cambio nos conduce a la periódica irrupción de insustituibles salvadores de la
patria, también insiste en la tradición bíblica de creer que el hombre es el
centro del universo y en el mito del extractivismo como fuente de desarrollo y
bienestar.
Es el eco-suicidio por no entender que el milagro
no es el hombre sino la vida.