Si la cumbre “sembrando
Bolivia” está basada en la ampliación de la frontera agrícola en vez de priorizar
la eficiencia productiva, lo que realmente sembrará serán desastres.
La producción de soya y ganado
ha ocasionado más del 80% de la deforestación en la Amazonía ocasionando graves
desórdenes climáticos que se convierten en desastres cada vez más frecuentes. Ante
esta amenaza el gobierno creó la ley 337 que obliga a ganaderos y agricultores
a reforestar el 10% de tierras desboscadas entre 1996 y 2011. Pero lo hizo en
tiempos de pose ecologista, cuando creía en los derechos de la Madre Tierra.
Actualmente los grupos agropecuarios
del oriente no sólo rechazan la obligación de reforestar una superficie equivalente
a 150.000 has, sino que aprovechan los titubeos gubernamentales para lograr la
aprobación del desbosque de 300.000 has, con eufemismos como “expansión
organizada y planificada de la frontera agrícola a través del manejo integral y
sustentable de los bosques” y pretextando el cumplimiento de la Función
Económico Social.
Lejos de adoptar una mentalidad basada
en la eficiencia y en la adopción de tecnologías modernas para reducir la
dependencia de recursos no renovables, las autoridades vacilan
irresponsablemente en permitir su utilización, atendiendo a charlatanes más que
a científicos. En un tono similar, los productores reclaman la apertura al uso
de biotecnología, pero se cierran a adoptar innovaciones para hacer más
eficiente la ocupación del territorio, como los Sistemas Agroforestales, el Pastoreo
Racional Voisin, el Manejo Integrado de Plagas o los Planes Integrales de
Manejo de Suelos.
Por todo esto la situación
agropecuaria nacional acaba siendo una combinación perversa entre desastres e
incapacidad de aplicación de tecnologías. Si una región se inunda normalmente
todos los años (Llanos de Moxos y el Pantanal) y ante estas crecidas anuales
predecibles no se aplican prácticas adecuadas de producción, cuando llega la
sobre-inundación ocasionada por la deforestación en la cuenca alta de los ríos
que la surcan, el desastre es total. Si otra región es de sequía periódica
predecible (Chaco) ante la que no se han desarrollado estrategias (estudiando
mejor las fuentes de agua subterránea que afloran en vertientes cada verano,
para adoptar sistemas de riego tecnificado y tecnologías de cosecha y
conservación de agua), cuando llega una sequía extrema las pérdidas son
cuantiosas.
Esta dinámica de considerar problemas
a lo que son realidades es consecuencia de la errática política de desarrollo
agropecuario que en cada gobierno fragua una entidad de tecnología
agropecuaria. Nuestros vecinos cuentan con entidades eternas de investigación,
transferencia tecnológica y extensión agropecuaria, mientras nosotros seguimos creando
bastiones de transfugio político y de improvisación permanente.
Ante este panorama caótico sólo quedan
pocas alternativas para llamar la atención. Una de ellas es la conciencia
ciudadana bien informada para que exija ciencia y alimentos cuya producción no
dependa de la demolición de bosques. Otra es la FAO que con documentos como “La
larga sombra del ganado” recuerdan al mundo que la pecuaria y sus derivados
pueden acabar con el planeta. Y otra es la ley de los derechos de la Madre
Tierra que insta a “reconocer que los sistemas de vida tienen límites en
su capacidad de regenerarse, y que la humanidad tienen límites en su capacidad
de revertir sus acciones”.
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