miércoles, 1 de abril de 2015

LOS ALIMENTOS NATURALES NO EXISTEN

Es difícil que el gran público entienda lo que son los transgénicos si cree que los alimentos naturales existen. Todo alimento es producto de la manipulación humana que desde tiempos remotos ha mejorado animales y plantas silvestres a través de cruzamientos, modificando la estructura genética inicial para resaltar características deseables (un cultivo de tomate en el que todos tienen determinada forma y tamaño, por ejemplo). La diferencia entre la técnica convencional y la transgénica es que en la primera no intervienen organismos distintos (se cruzan tomates entre sí) a diferencia de la segunda en la que se introducen genes de un organismo diferente (se combina el tomate con una bacteria). La biotecnología nos permite prescindir de elementos externos con excepción de la semilla, y es la que hace posibles a la agricultura orgánica y la agroecología. Es impresionante, por ejemplo, la cantidad de veneno que se aplica a un cultivo convencional de tomate no mejorado genéticamente para ser resistente a plagas y enfermedades.

El gran valor de la fauna y la flora silvestre reside en que son una fuente insustituible de genes que a través de una combinación apropiada dan lugar a los frutos, las verduras, los cereales y las carnes actuales que no se recogen prístinos de la naturaleza. Por eso los alimentos naturales no existen, como no existe la agricultura natural. “La única agricultura natural es la cacería y la recolección”, dice el maestro Fukuoka, precursor de la permacultura (sistema agrícola de auto mantenimiento basado en ecosistemas naturales).

El mejoramiento genético que permite que comamos una lechuga perfecta, creada mucho antes de que se cultiven alimentos transgénicos, es el resultado de cruzamientos y diseños experimentales de empresas transnacionales o institutos de investigación que recuperan la inversión a través de la propiedad exclusiva de la semilla, garantizando y certificando sus características concretas que se pierden en la resiembra; no es posible reutilizar las semillas debido a que las plantas pierden sus características deseables. Por eso no es correcto afirmar que los cultivos transgénicos aumentan la dependencia de empresas transnacionales siendo que ya dependemos de ellas hace mucho tiempo para todo, desde una manzana pulcra a una gallina prodigiosa capaz de poner un huevo todos los días del año. El problema reside en que el avance tecnológico lo lideran empresas de lucro, cuando debería estar en manos de institutos y universidades.

El mejoramiento genético provoca pérdida de biodiversidad al ser un proceso de selección continua que va desechando genes no deseados. Esto hace imprescindible aislar, preservar y proteger los recursos genéticos con bancos de germoplasma y normas adecuadas de producción, y no a través del rechazo a la tecnología. Estos bancos están representados por la compilación clasificada de germoplasma nativo y por los parques, las áreas protegidas y los territorios indígenas.

Resulta extravagante que un país que siempre ha sido irresponsable a la hora de cuidar su germoplasma, que no prioriza la inversión en innovación tecnológica, que hasta ahora no ratifica el protocolo de Nagoya para el acceso y distribución de beneficios de la biodiversidad y que arremete contra indígenas y parques en la vieja lógica de “mucha tierra para poco nativo”, prohíba el uso de transgénicos. Es el resultado de que la agropecuaria esté en manos de gente no seleccionada por su capacidad sino por su servilismo político.


martes, 10 de febrero de 2015

SEMBRANDO DESASTRES

Si la cumbre “sembrando Bolivia” está basada en la ampliación de la frontera agrícola en vez de priorizar la eficiencia productiva, lo que realmente sembrará serán desastres.

La producción de soya y ganado ha ocasionado más del 80% de la deforestación en la Amazonía ocasionando graves desórdenes climáticos que se convierten en desastres cada vez más frecuentes. Ante esta amenaza el gobierno creó la ley 337 que obliga a ganaderos y agricultores a reforestar el 10% de tierras desboscadas entre 1996 y 2011. Pero lo hizo en tiempos de pose ecologista, cuando creía en los derechos de la Madre Tierra.

Actualmente los grupos agropecuarios del oriente no sólo rechazan la obligación de reforestar una superficie equivalente a 150.000 has, sino que aprovechan los titubeos gubernamentales para lograr la aprobación del desbosque de 300.000 has, con eufemismos como “expansión organizada y planificada de la frontera agrícola a través del manejo integral y sustentable de los bosques” y pretextando el cumplimiento de la Función Económico Social.

Lejos de adoptar una mentalidad basada en la eficiencia y en la adopción de tecnologías modernas para reducir la dependencia de recursos no renovables, las autoridades vacilan irresponsablemente en permitir su utilización, atendiendo a charlatanes más que a científicos. En un tono similar, los productores reclaman la apertura al uso de biotecnología, pero se cierran a adoptar innovaciones para hacer más eficiente la ocupación del territorio, como los Sistemas Agroforestales, el Pastoreo Racional Voisin, el Manejo Integrado de Plagas o los Planes Integrales de Manejo de Suelos.

Por todo esto la situación agropecuaria nacional acaba siendo una combinación perversa entre desastres e incapacidad de aplicación de tecnologías. Si una región se inunda normalmente todos los años (Llanos de Moxos y el Pantanal) y ante estas crecidas anuales predecibles no se aplican prácticas adecuadas de producción, cuando llega la sobre-inundación ocasionada por la deforestación en la cuenca alta de los ríos que la surcan, el desastre es total. Si otra región es de sequía periódica predecible (Chaco) ante la que no se han desarrollado estrategias (estudiando mejor las fuentes de agua subterránea que afloran en vertientes cada verano, para adoptar sistemas de riego tecnificado y tecnologías de cosecha y conservación de agua), cuando llega una sequía extrema las pérdidas son cuantiosas.

Esta dinámica de considerar problemas a lo que son realidades es consecuencia de la errática política de desarrollo agropecuario que en cada gobierno fragua una entidad de tecnología agropecuaria. Nuestros vecinos cuentan con entidades eternas de investigación, transferencia tecnológica y extensión agropecuaria, mientras nosotros seguimos creando bastiones de transfugio político y de improvisación permanente.


Ante este panorama caótico sólo quedan pocas alternativas para llamar la atención. Una de ellas es la conciencia ciudadana bien informada para que exija ciencia y alimentos cuya producción no dependa de la demolición de bosques. Otra es la FAO que con documentos como “La larga sombra del ganado” recuerdan al mundo que la pecuaria y sus derivados pueden acabar con el planeta. Y otra es la ley de los derechos de la Madre Tierra que insta a “reconocer que los sistemas de vida tienen límites en su capacidad de regenerarse, y que la humanidad tienen límites en su capacidad de revertir sus acciones”.

viernes, 26 de diciembre de 2014

CUANDO LA INEFICIENCIA LA PAGAN LOS BOSQUES

Bolivia enfrenta el desafío de alcanzar la soberanía alimentaria e incrementar la exportación de cultivos industriales sin poner en riesgo ecosistemas de valiosa biodiversidad, pero se sigue insistiendo en la deforestación para ampliar la frontera agrícola. Si realmente cumpliéramos con la pregonada política de respeto a la Madre Tierra, nos enfocaríamos más en la productividad y en la eficiencia, en vez de andar buscando qué bosques destruir. Nuestros rendimientos agrícolas son los más bajos de la región, con una subutilización de tierras en ganadería totalmente irresponsable.

El rendimiento medio nacional de soya no alcanza a 2 ton/ha comparado con el de Paraguay (2,95), de Brasil (2,87) y de Argentina (2,78) y lo mismo ocurre con otros cultivos, pese a que la producción agropecuaria nacional cuenta con ventajas como la reducción de impuestos y la subvención al diesel. Sus costos son altos por diversos factores que van desde las malas prácticas a las carencias de infraestructura, pasando por la lentitud en consolidar el uso de biotecnología, temas en los que hay mucho que hacer, pero que siempre quedarán postergados ante el recurso simplista de seguir deforestando.

Una de nuestras insuficiencias es la falta de datos fiables actualizados sobre la superficie cultivada y el avance de la deforestación, que cambian permanentemente. A través de determinados estudios podemos afirmar que en las tierras bajas existen más de 2.5 millones de hectáreas deforestadas que no están incorporadas en la superficie efectivamente cultivada, por ser tierras degradadas o estar destinadas a otros usos como pastizales para ganadería, que por su reducida productividad están asociados a la especulación de la tierra.

La creciente demanda mundial de soya es una amenaza permanente sobre los bosques de la Amazonía. Paralelamente, como ya estableció la FAO hace algunos años, la ganadería está dañando los ecosistemas del mundo por ser una de las mayores fuentes de emisión de gases invernadero a través de la deforestación, lo que obliga a asumir un cambio total de mentalidad en cuanto a la forma en que la carne se produce, se procesa, se financia y se consume.

Pero en nuestro medio estas advertencias se ignoran permanentemente, insistiendo en un modelo que no está basado en la competitividad ni en la investigación sino en la depredación de suelos y el tráfico de madera y tierras. Por eso es inadmisible que existan solicitudes de deforestación por parte de dirigentes agrícolas y pecuarios, cuando lo que debería primar es una política de recuperación de recursos, incremento de la productividad y reordenamiento territorial.

Para compatibilizar el incremento de la producción agropecuaria con la preservación de los recursos naturales, se deberían seguir 4 estrategias: la reubicación de cultivos y ganado, la reforestación de pastizales, el incremento de la productividad y la adopción de estándares de certificación. Estos cuatro pilares de acción deberán apoyarse en la actualización permanente de los mapas actuales del uso de la tierra y en sistemas de seguimiento satelital de la vegetación, además del financiamiento a los productores para cumplir el proceso.


Sólo una política agropecuaria integral responsable que no esté regida por intereses grupales y que priorice la tecnología, la eficiencia y la competitividad, logrará detener la deforestación y permitirá que nuestra economía deje de depender de combustibles fósiles.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

TSUNAMI AMAZÓNICO

Es parte del ecosistema de las extensas sabanas benianas inundarse todos los años al ser una enorme planicie con muy poco declive. Sin embargo, el flujo de agua se ha ido incrementando desde hace tres décadas por la deforestación de las zonas altas de la cuenca (Chapare), sobrepobladas por la migración de colonos. El cambio climático ha aumentado la intensidad de lluvias en las montañas andinas y el año 2008 se produjo una grave sobre-inundación debido a esta combinación de deforestación y aumento de pluviosidad.

Este año 2014 la fragilidad del sistema fue rebasada por un nuevo suceso: la puesta en marcha de dos represas en el estado de Rondonia del Brasil. Además de la tradicional deforestación de la cuenca alta que facilita el flujo de agua en el lado boliviano, su circulación ha sido disminuida a su paso por las represas, ocasionando un mar de agua casi inmovilizada. En ambos países los registros rompieron el récord de 50 años de medición hidrológica llegando a sobrepasar en 4 metros la cota de emergencia del nivel de agua en los ríos Mamoré y Madeira. En el lado brasilero varias ciudades declararon calamidad pública municipal; en el lado boliviano se trató el tema como una sobre-inundación más, con total desprecio al padecimiento de la población y favoreciendo los argumentos de las empresas privadas responsables de las represas, que hasta ahora siguen negando que sean parte del desastre. 

Ahora que todo pasó es bueno recordar que los fenómenos que ocasionaron la tragedia siguen latentes, sólo se necesita un calentamiento de las masas nubosas generadas en los bosques amazónicos que se aglomeran al este de la cordillera, que al chocar con aires fríos desencadenarán un flujo voluminoso de agua.

De la misma forma en que los intereses económicos de grandes empresas siguen negando la influencia humana en los daños al medio ambiente - pese al irrefutable aumento de temperatura que derrite enormes glaciares y a los cambios del nivel de mareas que van inundando grandes territorios - los intereses políticos minimizan la magnitud de tragedias como la última sobre-inundación del Beni que produjo un verdadero tsunami amazónico.

El desastre no sólo estuvo en una sobre-inundación sin precedentes, sino en la indiferencia gubernamental que por mezquinas razones políticas circunstanciales desatiende uno de los ecosistemas más valiosos del mundo que al ser de praderas naturales es un tesoro de forraje biodiverso.

En los tiempos actuales en los que se considera a la ganadería bovina como la actividad más destructiva del planeta por su expansión en base a la destrucción de bosques y a su enorme consumo de agua no contabilizada en sus costos, entre muchas otras razones, la sabana inundable es un recurso invaluable para desarrollar ganadería sustentable. Toda la ganadería de tierras bajas de Bolivia podría caber en las sabanas inundables del Beni y del Pantanal, donde no se han destruido bosques y donde la abundancia cíclica de agua permite su almacenamiento para un uso eficiente.


Pero las razones políticas para vender a la Madre Tierra y socapar a los grandes capitales - entre los que no sólo están los de las constructoras de represas sino los de la ganadería ineficiente de otras regiones que pretenden seguir desforestando el país - no sólo siguen vigentes, sino que se han fortalecido. Triste destino de una región y del mundo, condenados al liderazgo de quienes mercantilizan todos los aspectos de la vida. 

viernes, 24 de octubre de 2014

LA AMENAZA INCÓMODA

Así como ciertos sectores de la industria niegan que exista un cambio climático argumentando que lo que ocurre es parte de un ciclo histórico normal y no el resultado de la actividad humana, los defensores del medio ambiente que atribuyen a la actividad humana el cambio climático eluden relacionarlo con la sobrepoblación. En el fondo, para ambos bandos la verdadera amenaza es un asunto incómodo.

Pero no es fantasía el hecho de que la población de la Tierra tardó miles de años en llegar a una población de mil millones de personas (principios del siglo XIX) en contraste con la vertiginosa velocidad con que en sólo 50 años – de 1920 a 1970 – cuando ya tenía dos mil millones, se duplicó a cuatro mil. En nuestros días, como acaba de publicar la revista Science en base a estimaciones de Naciones Unidas, se demuestra que habrá casi 12.000 millones de humanos antes de fin de siglo.

No es difícil comprobar - basta navegar por imágenes satelitales - que los lugares devastados del mundo son regiones sobrepobladas. El color verde oscuro intenso de la imagen satelital del departamento de Pando, por ejemplo, contrasta con el paisaje parduzco surcado de grietas del otro lado de la frontera cuyos bosques han sido arrasados. No es que los habitantes de Bolivia sean mucho más responsables con la naturaleza que sus vecinos del Brasil; no es que este contraste entre vida y muerte se deba a complejas variables, es simplemente resultado de un solo factor: la diferencia de población.

Si el crecimiento de la población humana está fuera de control y todos los estudios desde la época de Malthus prueban que es un proceso que no se va a estabilizar, es lógico por lo menos sospechar que los desórdenes del ciclo histórico o el cambio climático sean producto de esta amenaza.

Pero el problema de fondo es que la sobrepoblación no se debe simplemente al incremento de la tasa de natalidad sino en gran medida al atraso cultural de la humanidad, anclada en valores del siglo I que provocan desigualdad y discriminación. Las regiones con mayor pobreza son las dominadas por grupos de poder cuya filosofía pregona la misoginia, la homofobia y el racismo con diversos eufemismos.  

De la misma forma en que no suele relacionarse la destrucción de ecosistemas con la sobrepoblación, no es frecuente vincular la sobrepoblación con la desigualdad. Por eso millones de personas salen a las calles del mundo para llamar la atención sobre la urgente necesidad de hacer algo para mitigar el cambio climático, pero no para concientizar sobre la terrible amenaza de la sobrepoblación que es el resultado de la indiferencia y la falta de solidaridad. Es incómodo reconocer que lo que verdaderamente puede acabar con el mundo es la injusticia social.

La sobrepoblación es el resultado del individualismo que pregona la falacia de un capitalismo sustentable, exacerbando el cambio climático, la guerra, las migraciones en masa y el hambre; pretendiendo que la solución está en la expansión de la producción agrícola, cuando el mundo desperdicia anualmente 1,3 billones de toneladas de alimentos, mientras que 805 millones de personas sufren desnutrición crónica o hambre.

No se trata entonces sólo de ser más responsables con el medio ambiente sino de comprender que su deterioro es consecuencia de enormes distorsiones sociales. No es la ciencia la que detendrá el cambio climático sino un cambio universal de actitud, porque un mundo más respetuoso con la naturaleza sólo será posible cuando exista una humanidad solidaria.



miércoles, 13 de agosto de 2014

AGROECOLOGÍA, UNA UTOPÍA POSIBLE



La agroecología está actualmente relegada a los discursos de demagogia ecológica; es mucho más una aspiración que una realidad. Esto se debe principalmente a la insignificante inversión en investigación y desarrollo de sistemas de producción agroecológica en comparación con los enormes recursos que financian a la agropecuaria comercial; a la ingenua tendencia a creer que la agroecología es producir en forma casera, natural y prístina; y a la persistencia de nuestra mentalidad reduccionista. A esto se añade el considerar a la agroecología como un conjunto de prácticas y no como una ciencia que pertenece a la investigación científica, enmarcándola más en una ideología que en una certeza académica de producción sustentable. Por eso su difusión es muy lenta y ha sido confinada a la pequeña escala.

A diferencia de la llamada agricultura orgánica, que es la producción de alimentos sin utilización de pesticidas ni fertilizantes químicos, la agroecología es básicamente la producción basada en la diversidad genética, condición a la que no se ciñe necesariamente la agricultura orgánica. Es la combinación de una variedad de plantas en policultivo, reciclando procesos para evitar insumos externos.

No existe ningún alimento de uso común que no haya sido manipulado por el hombre, ya sea en forma empírica o siguiendo una metodología científica a través de una larga historia de prodigios, desde el invento del maíz hace más de 6.000 años hasta las actuales gallinas ponedoras que producen una proteína encerrada en calcio casi todos los días del año. Por eso la diversidad genética no se refiere a que las semillas sean obtenidas directamente de la propagación propia – como se cree ingenuamente - sino a la habilidad de aprovechar la simbiosis de diversas plantas mejoradas que son el resultado de largas investigaciones. Esto significa que hace más de un siglo y mucho antes de los inventos recientes, un productor depende de institutos de investigación, de centros de mejoramiento o de transnacionales que certifican líneas puras de plantas y animales para una producción eficiente de rendimiento viable.

La agricultura orgánica y la agroecología no podrían existir sin el desarrollo genético porque la única forma de reducir el uso de agrotóxicos es la biotecnología y ésta se nutre de la diversidad genética natural de donde obtiene germoplasma.

La tendencia a fomentar monocultivos es parte de nuestra mentalidad reduccionista que busca simplificar un mundo complejo. Tratamos de entender la vida en base a la abstracción, que para comprender mejor los fenómenos los aísla de su contexto. Pero no existe nada que no interaccione con su entorno y a la larga la simplificación nos lleva a situaciones insostenibles como la agropecuaria en monocultivos, que debe librar una batalla infinita contra gran diversidad de plagas que aprovechan la concentración inmensa de un mismo huésped.

Por todo esto los gobiernos y las universidades son los llamados a invertir en desarrollar sistemas agroecológicos para contrarrestar la inversión en agricultura comercial y los ciudadanos a dirigir su consumo a alimentos producidos en policultivos. Esto reducirá la influencia de un modelo que no dirige la tecnología hacia el manejo de cultivos combinados y que no crea razas que aprovechen el pasto biodiverso ni los sistemas agroforestales y silvopastoriles.

La agroecología es como la naturaleza, un sistema complejo, y la entenderemos plenamente cuando nuestro paradigma deje de ser la simplificación.

jueves, 22 de mayo de 2014

FOMENTANDO CIUDADES VERDES

Como en muchos países del mundo, en Bolivia somos cada vez más urbanos. Se estima que hasta el año 2025 sólo un 25% de nuestra población permanecerá en áreas rurales. Ante esto el gran desafío del desarrollo rural es tratar de contener a la población migrante procurando que haya cada vez más oportunidades en su lugar de origen para evitar su traslado a las urbes. Para el Estado es unas diez veces más costoso mantener a una familia en las grandes ciudades que en la zona rural. Las grandes urbes son además una fuente de graves problemas sociales por la disgregación familiar, la pérdida de identidad cultural y la adopción de vicios que llevan a la prostitución y a la delincuencia.

Una alternativa importante para esto es que se fortalezcan las ciudades intermedias. Pero tanto para estos centros de menor población como para las grandes ciudades, una gran oportunidad medioambiental y económica es la agricultura familiar cuya expansión nos permite crear una conciencia de fomento de ciudades verdes.

Hay estudios que sugieren que la biodiversidad urbana representa entre 8 a 25% de la que se encuentra en ambientes naturales. Nuestras grandes aglomeraciones son una maraña de concreto, asfalto e industrias contaminantes que llevan a pensar que son espacios inertes y sin embargo la vegetación y la vida animal se adaptan por sobrevivir. Fomentando ciudades verdes a través de parques y bosques y la expansión de prácticas agrícolas familiares en pequeña y mediana escala, podríamos apuntalar la sobrevivencia de fauna y flora, lo que llevaría a aumentar el número de especies y el bienestar de la vida humana en la urbe.  

A diferencia de los espacios públicos verdes la agricultura familiar representa un área vegetal productiva y en la medida en que se desarrolle es una alternativa para frenar la expansión del mercado de la construcción con las mismas reglas mercantilistas. Tal como ocurre con las zonas en las que las urbanizaciones tratan de invadir tierras fértiles, si la productividad agrícola es alta, el mercado paga buenos precios por la cosecha y hay un fomento municipal a su permanencia, la presión del asfalto puede ser atenuada con éxito.

En el año internacional de la agricultura familiar debemos despertar la conciencia de que se trata de una alternativa importante para frenar la inmisericorde expansión de la urbe sobre terrenos que otrora fueron vergeles. Todo ciudadano adulto recuerda con nostalgia el hermoso lechugal o la apacible arboleda que había donde hoy se impone un centro comercial o una enorme estación de servicio.

En Bolivia tenemos además la ventaja de contar con sociedades que desarrollaron por fuerza mayor una gran capacidad de emprendedurismo. No es casualidad que El Alto sea una de las diez ciudades verdes de Latinoamérica que produce hortalizas en huertos urbanos y sea también una de las ciudades con mayor emprendedurismo de la región. Además de los huertos en invernaderos, desde el aire se puede ver que muchos patios traseros de esta ciudad están cubiertos de cultivos de papa.


La expansión de la agricultura familiar dependerá de la capacidad de desarrollar un esfuerzo conjunto entre ciudadanos, municipios, políticas estatales de extensión agrícola y conciencia de lo mucho que significa una ciudad verde. Desde ya, podría crearse un premio al municipio que con los rendimientos económicos de la producción agrícola urbana frene efectivamente la expansión de asfalto y cemento.