lunes, 9 de septiembre de 2013

ACLARACIONES SOBRE TRANSGÉNICOS


Se confunde frecuentemente al público con datos erróneos sobre transgénicos. Por eso es importante recordar que cuando los organismos genéticamente modificados (OGM’s) no existían, ya el mundo padecía de todos los males que ahora ciertos movimientos extremistas les atribuyen. La agricultura industrial ya había proliferado a base de monocultivos que arrasaron los bosques dañando el medio ambiente y la salud humana con agroquímicos. Las transnacionales desarrolladoras de semilla ya dominaban al mundo con sus derechos exclusivos ligados a herbicidas y fertilizantes que eran parte del paquete tecnológico. La revolución verde se basó precisamente en la aplicación forzosa de estos paquetes en tiempos en los que los transgénicos eran sólo un proyecto.

Pero tal vez lo más grave está en confundir el mejoramiento genético - practicado por el hombre desde hace más de dos mil años - con los transgénicos que prácticamente acaban de ser incorporados a los cultivos. No existe ningún producto agrícola o pecuario que no haya sido manipulado genéticamente en alguna medida; la era de los transgénicos es sólo un evento más en la milenaria historia del mejoramiento de plantas y animales guiado por la humanidad. Por eso cuando Cristóbal Colón llegó los agricultores nativos americanos, desde Canadá a Chile, ya estaban cultivando variedades mejoradas de maíz, una planta creada por los indígenas. Y este mejoramiento ha sido constante gracias a tecnología que simplemente varía en complejidad, permitiendo que gran parte de la humanidad se alimente mejor. Gracias a esto el maíz actual tiene más proteína aprovechando un gen mutante y es fácil comprobar con cifras que el hambre del mundo es un problema de distribución y no de producción.

El mejoramiento genético milenario a través de cruzamientos siempre fue una amenaza para la biodiversidad porque es un proceso que va seleccionando las mejores características, desechando los rasgos no deseables y conduciendo en todo el proceso a una menor variabilidad genética. Esto ha llevado a que aproximadamente el 22% de las razas bovinas del mundo estén en riesgo de extinción y a que cada vez se restrinja más la variabilidad en frutas, vegetales y cereales mejorados, sin que esto tenga nada que ver directamente con los transgénicos.

Las variedades silvestres de frutas y vegetales y las razas criollas adaptadas durante siglos a su medio ambiente no son aptas para la producción y el consumo por su heterogeneidad y bajo rendimiento, pero son de enorme valor como portadoras de genes con los que se producen variedades de alta producción. Para protegerlas de la contaminación genética que puede provenir de los OGM’s o de variedades mejoradas, no se trata de prohibir las plantas modificadas sino de preservar cuidadosamente las variedades silvestres en aislamientos y bancos de germoplasma.

Conseguir recursos para desarrollar una estructura sólida de preservación de nuestro patrimonio genético sería una contribución mucho más efectiva en defensa de la biodiversidad por parte de ciertos movimientos que critican la biotecnología. Hasta ahora nuestro país ha manejado en forma deplorable su acervo genético desperdigando sin orden el germoplasma nativo de la quinua, del maní, de tubérculos andinos o de razas criollas de bovinos y camélidos, por poner algunos ejemplos de triste historia, negligencia que algunos tratan de achacar a la controversia de los transgénicos.

Hoy el mundo enfrenta el cambio climático ocasionado en gran parte por la destrucción de bosques a través del crecimiento del agronegocio en monocultivo. Esta agricultura industrial con o sin transgénicos destinada a alimentar a una población creciente está en permanente expansión. La única alternativa para detener este patético avance es que los cultivos se queden donde ya están y las tierras degradadas se reincorporen a la producción, incrementando cada vez más los rendimientos de áreas que ya han sido destruidas. Esto sólo será posible aplicando biotecnología a monocultivos y sistemas agroforestales en combinación con el uso adecuado de recursos hídricos y edáficos.

Pero hay actitudes encubiertas que conducen a la destrucción del planeta; una de ellas es oponerse a la biotecnología como si la acabáramos de inventar.

jueves, 8 de agosto de 2013

EL DESAFÍO DE PRODUCIR SIN DESTRUIR

Bolivia enfrenta el desafío de ampliar su frontera agrícola y conservar sus bosques, lo que puede parecer contradictorio si no se entiende en un contexto de reordenamiento territorial. Los lugares de reordenamiento de cultivos así como el área total a la que se podría ampliar la frontera agrícola se basan más en especulaciones que en estudios técnicos.

Oficialmente nuestro país tiene 3,1 millones de has cultivadas frente a una deforestación acumulada hasta el 2012 de 5,4 millones. Por lo tanto, hay más de 2 millones de has deforestadas que no están en áreas efectivamente cultivadas, por ser tierras degradadas o ser pastizales para ganadería.

Tanto cultivos como ganadería han sido establecidos en lugares con facilidades de acceso o debido a otros factores, pero no en base a los Planes de Uso de Suelo (PLUS), lo que ha expandido libremente la frontera agrícola por encima de las normas. Sin un reordenamiento territorial consensuado entre el Estado y los productores lo más probable es que esta expansión continúe tan caóticamente como hasta ahora.
 
En Bolivia el establecimiento de pastizales y el cultivo de soya son los responsables del 85% de la deforestación de las tierras bajas y esto nos obliga a enfocarnos en estos rubros para compatibilizar su expansión con la preservación de los recursos naturales.

Una política regional de reordenamiento podría basarse en 4 estrategias: la reubicación de soya y ganado, la reforestación de pastizales, el incremento de la productividad y la adopción cada vez mayor de estándares de certificación. Esto deberá apoyarse en la actualización permanente de los mapas actuales del uso de la tierra a partir de las líneas de base ya existentes y en la adopción de sistemas satelitales de seguimiento de la vegetación.

La reubicación de cultivos de soya y de ganado deberá basarse en incentivos económicos diversos (apoyo financiero, reducción impositiva, créditos) que motiven al productor a reubicarlos en el marco de un proceso planificado y organizado.

La ganadería deberá reubicarse para dejar su sitio actual a la soya y moverse a regiones apropiadas que son: a) donde no se haya deforestado; b) donde existan limitaciones para la producción de cultivos y c) donde exista abundancia de agua. Estos lugares son las sabanas inundables de los Llanos de Moxos (10 millones de has) y del Pantanal (3 millones de ha), regiones de pradera natural en las que actualmente sólo pastan 3,5 millones de cabezas y en las que podría caber todo el hato nacional de más de 8 millones.

La reforestación se haría en áreas que desocupen los cultivos de soya para que vuelvan a ser bosque sin uso agropecuario y en lugares que fueron deforestados para ganadería en los que se deberán establecer sistemas agroforestales o silvopastoriles, cambiando la mentalidad actual de criar ganado en praderas de monocultivo.

El incremento de la productividad es la única manera de atender la creciente presión del mercado por soya y carne y de impedir que avancen sobre el bosque porque con mejores rendimientos se quedarían definitivamente donde se los relocalice. Esto sólo se logra con tecnología a través de mejoramiento genético, de atención a la fertilidad del suelo y de prácticas agronómicas que hacen que la producción sea permanentemente viable.

La implementación de esquemas de certificación nos permitirá estandarizar la producción responsable de soya y ganado siguiendo iniciativas internacionales de múltiples partes interesadas (productores, organizaciones sociales, empresas e industria) cuyo objetivo es la producción económicamente viable, socialmente equitativa y ambientalmente apropiada, con lo que obtendríamos un sello de certificación que nos de valor agregado en el mercado internacional.

Para reordenar con éxito nuestra agropecuaria necesitamos un cambio total de mentalidad en cuanto a la forma en que la soya y la carne se producen, se procesan, se financian y se consumen. Si insistimos en los agronegocios del desarrollismo tradicional, dañaremos permanentemente los ecosistemas destruyendo el capital natural que sustenta la economía del planeta.

lunes, 6 de mayo de 2013

OTRA GANADERÍA ES POSIBLE

Como ya estableció la FAO hace algunos años, la carne y los derivados del ganado son una fuente importante de proteína para los pobres…pero están matando a los ricos. Su consumo desmedido tiene mucho que ver con el hecho de que más de 1.000 millones de personas del mundo estén con sobrepeso y más de 300 millones sean obesas.

Pero además de matar gente el ganado está dañando seriamente los ecosistemas del mundo por ser una actividad que demanda un excesivo consumo de agua cuyo costo no se cuantifica en su justa dimensión; es además una de las mayores fuentes de emisión de gases invernadero a través de la deforestación y degradación, por la generación de gas metano en el proceso digestivo del ganado, por la quema de praderas y el sobrepastoreo y por el transporte y la industrialización en la fabricación de alimentos de animales.

Para muchos investigadores la degradación que produce la ganadería debería tener prioridad en el debate mundial por su gran incidencia en el cambio climático. Es considerada una amenaza latente para el planeta porque a corto plazo será totalmente insustentable por la posibilidad del aumento de consumo de carne de países muy poblados.

Ante este panorama sombrío es necesario un cambio total de mentalidad en cuanto a la forma en que la carne se produce, se procesa, se financia y se consume. La ganadería debería desarrollarse sólo en lugares apropiados que son: a) donde no se haya deforestado; b) donde existan limitaciones para la producción de cultivos y si se puede producir alguno que sea sólo para alimentación humana y c) donde exista abundancia de agua por lo menos temporalmente.

Los únicos lugares que cumplen con estas condiciones son las sabanas inundables que son praderas naturales con gran biodiversidad de forraje. El drenaje deficiente del suelo impide el desarrollo de bosques y provoca inundaciones temporales. La retención de agua en estanques por este deficiente drenaje brinda la oportunidad de un uso eficiente del recurso, como ya se hace actualmente. El drenaje deficiente limita además la implantación de cultivos, en la época de lluvias sólo se puede producir arroz. La pradera natural de forraje biodiverso manejada con sistemas de pastoreo racional permite el aumento de la productividad y evita la degradación de la vegetación y el suelo.

Bolivia cuenta con 13 millones de has de sabana inundable tanto en los Llanos de Moxos (10 millones de has) como en el Pantanal (3 millones de ha), área en la actualmente pastan 3,5 millones de cabezas de ganado con una carga animal ineficiente de sólo 0,35 cabezas por ha (aproximadamente 0,2 Unidades Animales por ha, UA/ha). Esta reducida carga animal podría triplicarse o por lo menos duplicarse haciendo que el total del ganado nacional - que alcanza a 7 millones de cabezas - esté en estos lugares apropiados.

Para maximizar el uso eficiente de estas praderas es necesario conocerlas y valorarlas adoptando prácticas de pastoreo racional (sistema de manejo intensivo que equilibra suelo, pasto y ganado) para aumentar la carga animal a por lo menos 1 UA/ha. Existen varias prácticas recomendadas que deben ser adoptadas por los productores con programas definidos en los que deberá coadyuvar el Estado y las entidades de conservación promoviendo la investigación y el establecimiento de estancias modelo.
 
Estas recomendaciones no deben confundirse con las Buenas Prácticas Pecuarias de carácter universal, esquema en el que se refugia la ganadería tradicional creyendo que con eso cumple normas de conservación. La ganadería de lugares desboscados deberá implementar sistemas agroforestales o silvopastoriles restableciendo bosques y cambiando la mentalidad actual de fomentar praderas de monocultivos. Deberíamos cambiar hasta la forma de apreciar el paisaje considerando a la sabana inundable como la única pradera abierta digna de admiración.  

Además de las ventajas anotadas, las sabanas inundables de Bolivia han sido declaradas sitios Ramsar, una oportunidad excelente para el Estado y las entidades de conservación e investigación para obtener fondos que apuntalen el uso eficiente de la pradera natural.

jueves, 14 de febrero de 2013

GANADERÍA EN SITIOS RAMSAR

Gran parte de la sabana inundable de los Llanos de Moxos ha sido declarada sitio Ramsar en 6,9 millones de has. En esta región la superficie utilizable para el pastoreo de ganado supera las 10 millones de has y es donde se encuentra el 42% de la población del ganado bovino de Bolivia. Pero además de los Llanos de Moxos la ganadería nacional se desarrolla en otro sitio Ramsar que es el Pantanal, en una extensión de 3 millones de has y con 200.000 cabezas de ganado. Esto significa que es imperativo el manejo sustentable de 3,2 millones de cabezas de ganado en humedales que evitan inundaciones, mantienen caudales ecológicos mínimos en los ríos durante la estación seca y sustentan el ciclo hidrológico en dos grandes cuencas (Amazónica y del Plata) que abarcan más de diez países.

Si hasta ahora la ganadería extensiva no ha causado una alteración significativa en estas ecoregiones es precisamente porque éstas tienen particulares características edáficas e hidrológicas que ocasionan inundaciones temporales, lo que ha evitado la invasión de la agropecuaria industrial basada en la implantación de monocultivos reemplazando la gran diversidad de la pradera natural.

La declaración de sitio Ramsar significa que la región está incluida en la lista de áreas prioritarias para la comunidad internacional que recomienda medidas de conservación cuyo objetivo es la reducción de amenazas que podrían afectar a otros territorios, como el desvío de flujos de agua ocasionado por la construcción de carreteras, por la pecuaria intensiva o por las plantaciones. Implica además una ampliación del enfoque de gestión ambiental centrado en los bosques, reconociendo la necesidad de gestión adecuada de los ecosistemas de agua dulce de la Amazonía y del Plata incluyendo la conservación de los ríos de las cabeceras de ambas cuencas (ríos Isiboro, Sécure, Paraguay y otros).

Nuestro país asume una vez más un gran desafío pero hasta ahora no ha dado grandes muestras de una efectiva labor en la conservación de ecoregiones de gran valor para la biodiversidad. El Pantanal fue declarado sitio Ramsar el año 2001, pero es muy poco lo que se ha avanzado en el desarrollo de una pecuaria sustentable, corriendo el riesgo de emular la mala gestión del Brasil que ya ha destruido un 20% de su Pantanal. El compromiso de proteger toda la región a largo plazo no sólo es de los gobiernos sino de la sociedad civil, que juega un papel preponderante al ocupar la ganadería privada grandes extensiones de terreno tanto en los Llanos de Moxos como en el Pantanal.

Nuestra ganadería en sitios Ramsar podría lograr un sello especial de certificación de carne orgánica por ser producida en áreas sin desboscar, planteando sistemas de uso ecológicamente acertado de la pradera natural para alcanzar máximos niveles de producción compatibles con su renovación indefinida. Esto no debe confundirse con la aplicación universal de buenas prácticas pecuarias porque es un planteamiento de producción en praderas naturales, como propone el libro “Ganadería ecológica en las sabanas inundables de Bolivia” que distribuye el sitio Amazon y siguiendo los principios de la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica, IFOAM.

Al haber aceptado las reglas de conservación el gobierno de Bolivia está obligado a implementar políticas de uso sustentable que garanticen la conservación de los recursos hídricos y los servicios ecológicos. Una gran oportunidad para alcanzar un sello de carne orgánica de ganado que pastorea en ecosistemas no alterados.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

AGROECOLOGÍA SUBDESARROLLADA

Los guaraníes heredaron una forma tradicional de policultivo muy importante para el medio ambiente y para la seguridad alimentaria, pero no para el mercado. Al mundo no le interesan cultivos mezclados; necesita grandes cantidades de maíz para la industria y eso se logra con monocultivos. Además necesita el maíz amarillo duro, no el perla blando de la tradición guaraní.

El mercado también demanda frejol en grandes cantidades de monocultivo, pero no el poroto kumanda que mezclan los guaraníes con maíz y menos el resto de cultivos chaqueños que coadyuvan al uso adecuado del suelo y a su preservación, como el zapallo, su pariente silvestre el joco y otros que se mezclan con maíz y kumanda reduciendo el impacto de sequías, insectos y hongos.

Como al mercado no le interesan estos policultivos, nadie desarrolla tecnologías para expandirlos. Pero en contraste existen grandes avances tecnológicos para producir en estas regiones extensos monocultivos de maíz industrial, frejol y maní. Los guaraníes necesitan sobrevivir en una sociedad mercantilista y por eso están cada vez más empujados a dedicarse a estos monocultivos y dejar sólo pequeñas áreas a sus policultivos tradicionales para la alimentación familiar.

Esta es la historia repetida de muchos otros grupos étnicos que han sido obligados por una sociedad consumista a abandonar sus antiguas prácticas amigables con la naturaleza.

Pero lo paradójico está en que estos grupos están siendo “cooperados” por un enjambre de entidades - tanto no gubernamentales como del Estado, de gran discurso ambientalista - que ni promueven mejoras en los policultivos ni asesoran para que los monocultivos se hagan bien. Han dejado hasta ahora a los agricultores pobres a medio camino, sobreviviendo como pueden entre prácticas tradicionales incomprensibles para los técnicos y para el mercado y tecnologías modernas rechazadas por desinformación y poses políticas.

El gran contraste entre el desarrollo de la agricultura industrial y el subdesarrollo de la agroecología se debe a que vivimos en un mundo de patentes. Una investigación demanda grandes recursos que se recuperan al vender el nuevo producto de propiedad exclusiva del investigador. Pero los sistemas agroecológicos son abiertos a todos, no se patentan y nadie puede reclamar propiedad sobre ellos. Por lo tanto a muy pocos les interesa invertir en estas investigaciones cumpliendo con todo el rigor científico. Es el mismo caso de la medicina natural enfrentada a la industria farmacéutica.

Sólo entidades sin fines de lucro, fundaciones, universidades estatales y otras no interesadas en patentes, pueden ampliar las investigaciones en sistemas agroecológicos. Lastimosamente hasta ahora la mayoría de estas organizaciones, en vez de dedicar mayores esfuerzos a conseguir financiamiento para validar y aplicar esta tecnología, se dedican a lamentarse y a denostar a la agricultura industrial desinformando a la población con dramatismos medioambientalistas. Son los principales responsables del subdesarrollo de la agroecología y de los sistemas agroforestales.

El poblador rural originario tiene una visión holística en la que no cabe el agronegocio. Para el inversionista agroindustrial y para el colono extranjero (menonita, japonés o ruso) el enfoque está en el retorno económico. Pero ambos coexisten y deben ser firmemente apoyados y exigidos. Por eso las entidades conservacionistas deben abandonar su actitud plañidera y apuntalar con fondos a la agroecología y los gobiernos dejarse de posiciones ambiguas. Ambos nos han llevado hasta ahora a los resultados vigentes: rendimientos bajos, mala calidad, magros ingresos, pobreza permanente.

miércoles, 4 de julio de 2012

CARRETERAS DE AGUA


Cuando el gobierno de José Ballivián (1841-1847) creó el departamento del Beni, el plan general gubernamental de desarrollo estaba basado en cuatro regiones, “una de éstas comprendía el oriente y se esperaba que a través de esta región fluyera el intercambio comercial con Europa por la vía Amazonas-Atlántico; por eso, la denominación del nuevo departamento se supeditó al término que refería un río y no al de una cultura tradicional autóctona, Mojos” (Groff Greever, 1987), como era previsible para una región cuyo sentido de pertenencia estaba centrado en la tradición jesuita mojeña. Es decir que la importancia del río es la base del nombre del departamento y al omitir la contracción de preposición y artículo (del) estamos eliminando la alusión a la vía fluvial.

De la misma forma en que varios medios se empecinan arbitrariamente en eliminar la alusión a la vía fluvial del nombre del departamento, las propuestas de vías de vertebración hacia esta extensa región y otras colindantes se plantean como si los ríos no existieran. Más de la mitad de los departamentos de nuestro país (cinco de los nueve) cuentan con ríos navegables; los que usan ríos como medios de transporte permanente con un flujo de carga importante, el Beni y Cochabamba, son precisamente los que se pretende vincular con una carretera.

En los estudios de las posibilidades de transporte en la Amazonía, uno de los escenarios imaginados es el de esta región sin carreteras. Se basa en crear una infraestructura de mejoramiento de las vías fluviales invirtiendo en puertos y en sistemas permanentes de limpieza y dragado similares a los que actualmente se hacen en la gran vía Ichilo-Mamoré y afluentes como los ríos Ibare y Tijamuchí. Estas propuestas sugieren comunicar toda la Amazonía con sistemas similares a los que actualmente usan algunas empresas petroleras en la selva peruana: las ciudades serían como plataformas petroleras en el mar, no existirían carreteras entre ellas, la gente iría por vía aérea y la carga por vía fluvial. Incluso el país que nos induce a reemplazar bosques por asfalto utiliza los ríos como vías de transporte y actualmente es posible viajar pagando poco y llevando mucho en un barco desde Porto Velho a Manaus.

Si realmente nos interesa la naturaleza lo más urgente es corregir nuestra mentalidad de creer que todo tiene que hacerse como siempre, y más aún si profesamos una doctrina de cambio. Es nuestra falta de creatividad la que nos lleva a insistir en hacer carreteras de asfalto destruyendo fauna y flora y matando los pulmones del mundo, teniendo ríos que ya son grandes vías de comunicación.

Por ahora son muy pocos los que se acuerdan de nuestros ríos navegables, de lo importante que sería mejorar su infraestructura portuaria y de armar una red de conexiones a ríos menores que permita el transporte permanente. Ni siquiera la desatención actual a las pocas carreteras existentes ha hecho que nos acordemos de otras posibilidades y es poco lo que se puede esperar de pueblos como el que reclama vinculación, San Ignacio de Mojos, invadido por colonos andinos que si realmente tuvieran interés en conectarse su deber sería reclamar por la conclusión de una obra que se construye desde hace 50 años, la carretera a La Paz que es al mundo, porque comunica con los puertos marítimos. 

En realidad mejorar nuestras carreteras de agua no es una idea nueva sino una adaptación nueva de una idea vieja: la visión del creador del departamento del Beni que ya en el siglo XIX vislumbró la gran posibilidad de vinculación del oriente al mundo.


miércoles, 30 de mayo de 2012

COLONIZADOS POR COLONOS


En los años ochenta fueron varias las voces que protestaron contra los planes del gobierno de entonces – empujado por la cooperación de países con alto consumo de cocaína – de impulsar el desarrollo alternativo en el trópico de Cochabamba para sustituir las plantaciones de coca. Esas opiniones, consideradas extravagantes en la época, se opusieron a que se auspicie la colonización de las provincias Chapare y Carrasco a través de la construcción de caminos, redes eléctricas y diversa infraestructura, en vez de invertir esos recursos en desarrollar la zona rural del altiplano y los valles. A fines de los años noventa se consolidó la destrucción al introducir en la región miles de cabezas de ganado para implementar pasturas sustituyendo bosques de alta pluviosidad en frágiles ecosistemas.
Hoy el resultado de todas estas acciones desarrollistas nos demuestra un fracaso múltiple. No sólo se afectó al medio ambiente rompiendo el frágil equilibrio de un bosque húmedo que compromete la estabilidad de la región, sino que se dinamizó el cultivo de coca alejando la posibilidad de sustituirlo, además de arraigar en los beneficiarios del desarrollo alternativo una cultura de colonización expansionista. Del derroche también se aprovecharon los organismos extranjeros de cooperación que enviaron “expertos” a aprender, cobrando abultados salarios a cuenta del erario nacional. O sea que destruimos el bosque, fomentamos la expansión del cultivo de coca, hicimos de la colonización un vicio y endeudamos más al país.
No se requerían grandes economistas para vaticinar esos resultados, mucho más si no se veía ni a largo plazo la posibilidad de levantar la interdicción al consumo de cocaína. Lo correcto hubiera sido impedir el asentamiento de poblaciones en la región dotándolas de todo lo necesario en sus lugares de origen para evitar su migración. Pero hoy los cuervos ya están volando y en muchos lugares rurales de tierras bajas se repite la expulsión de poblaciones originarias por colonos nacionales llamados interculturales, que representan sólo a dos culturas y desprecian a las demás, en la misma línea de los “progresistas” que siempre se burlaron de la pluriculturalidad.
Su expansión destruye los bosques sin resultados tangibles a través de una actividad rural inmersa en un círculo vicioso: no rinde económicamente lo suficiente para que permanezca en su parcela todo el tiempo, pero al no permanecer en ella todo el tiempo su parcela no rinde lo suficiente. Un sistema trashumante que complica la producción racional y competitiva de la agricultura y la pecuaria y que es la razón básica por la que muchos proyectos fracasan estancados en una actividad de subsistencia. 
Tal como en el pasado, al colonizador no le interesa la cultura del colonizado. Más bien la considera retrógrada y cree que es su deber “civilizarlo” incorporándolo a su sistema moderno de consumismo y acumulación. Yuracarés, Guarayos, Mojeños, Chimanes, Ayoreos y otros grupos están hoy marginados, alcoholizados y prostituidos por un sistema que mercantiliza todos los aspectos de la vida y que no entiende la sabiduría de vivir en el bosque sin destruirlo.
Una degradación fomentada por los gobiernos de ayer y de hoy azuzados por políticas extractivistas de países extranjeros y por los partidarios locales del desarrollismo a cualquier costo.