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lunes, 9 de septiembre de 2013

ACLARACIONES SOBRE TRANSGÉNICOS


Se confunde frecuentemente al público con datos erróneos sobre transgénicos. Por eso es importante recordar que cuando los organismos genéticamente modificados (OGM’s) no existían, ya el mundo padecía de todos los males que ahora ciertos movimientos extremistas les atribuyen. La agricultura industrial ya había proliferado a base de monocultivos que arrasaron los bosques dañando el medio ambiente y la salud humana con agroquímicos. Las transnacionales desarrolladoras de semilla ya dominaban al mundo con sus derechos exclusivos ligados a herbicidas y fertilizantes que eran parte del paquete tecnológico. La revolución verde se basó precisamente en la aplicación forzosa de estos paquetes en tiempos en los que los transgénicos eran sólo un proyecto.

Pero tal vez lo más grave está en confundir el mejoramiento genético - practicado por el hombre desde hace más de dos mil años - con los transgénicos que prácticamente acaban de ser incorporados a los cultivos. No existe ningún producto agrícola o pecuario que no haya sido manipulado genéticamente en alguna medida; la era de los transgénicos es sólo un evento más en la milenaria historia del mejoramiento de plantas y animales guiado por la humanidad. Por eso cuando Cristóbal Colón llegó los agricultores nativos americanos, desde Canadá a Chile, ya estaban cultivando variedades mejoradas de maíz, una planta creada por los indígenas. Y este mejoramiento ha sido constante gracias a tecnología que simplemente varía en complejidad, permitiendo que gran parte de la humanidad se alimente mejor. Gracias a esto el maíz actual tiene más proteína aprovechando un gen mutante y es fácil comprobar con cifras que el hambre del mundo es un problema de distribución y no de producción.

El mejoramiento genético milenario a través de cruzamientos siempre fue una amenaza para la biodiversidad porque es un proceso que va seleccionando las mejores características, desechando los rasgos no deseables y conduciendo en todo el proceso a una menor variabilidad genética. Esto ha llevado a que aproximadamente el 22% de las razas bovinas del mundo estén en riesgo de extinción y a que cada vez se restrinja más la variabilidad en frutas, vegetales y cereales mejorados, sin que esto tenga nada que ver directamente con los transgénicos.

Las variedades silvestres de frutas y vegetales y las razas criollas adaptadas durante siglos a su medio ambiente no son aptas para la producción y el consumo por su heterogeneidad y bajo rendimiento, pero son de enorme valor como portadoras de genes con los que se producen variedades de alta producción. Para protegerlas de la contaminación genética que puede provenir de los OGM’s o de variedades mejoradas, no se trata de prohibir las plantas modificadas sino de preservar cuidadosamente las variedades silvestres en aislamientos y bancos de germoplasma.

Conseguir recursos para desarrollar una estructura sólida de preservación de nuestro patrimonio genético sería una contribución mucho más efectiva en defensa de la biodiversidad por parte de ciertos movimientos que critican la biotecnología. Hasta ahora nuestro país ha manejado en forma deplorable su acervo genético desperdigando sin orden el germoplasma nativo de la quinua, del maní, de tubérculos andinos o de razas criollas de bovinos y camélidos, por poner algunos ejemplos de triste historia, negligencia que algunos tratan de achacar a la controversia de los transgénicos.

Hoy el mundo enfrenta el cambio climático ocasionado en gran parte por la destrucción de bosques a través del crecimiento del agronegocio en monocultivo. Esta agricultura industrial con o sin transgénicos destinada a alimentar a una población creciente está en permanente expansión. La única alternativa para detener este patético avance es que los cultivos se queden donde ya están y las tierras degradadas se reincorporen a la producción, incrementando cada vez más los rendimientos de áreas que ya han sido destruidas. Esto sólo será posible aplicando biotecnología a monocultivos y sistemas agroforestales en combinación con el uso adecuado de recursos hídricos y edáficos.

Pero hay actitudes encubiertas que conducen a la destrucción del planeta; una de ellas es oponerse a la biotecnología como si la acabáramos de inventar.

jueves, 21 de julio de 2011

TECNOLOGÍA Y CRISIS ALIMENTARIA

La crisis alimentaria no está en la falta de alimentos sino en su mala distribución, en haber creado un sistema económico que impide que la tecnología para la producción agropecuaria esté al alcance de todos. Una política establecida que permite una apropiación monopólica de los avances científicos y que conduce a que la investigación no busque ampliar el saber sino el vender. Se ha aumentado permanentemente la producción de alimentos, pero sólo para sobre alimentar a algunos, condenar al hambre a muchos más y destruir los bosques del planeta.

Las grandes empresas involucradas en el desarrollo de nuevas tecnologías para la producción agropecuaria invierten grandes capitales en desarrollar semillas, pesticidas y fertilizantes porque éstos serán de su propiedad y podrán ser vendidos para recuperar la inversión y obtener ganancias. En contraste, es irrisoria la inversión en investigación y desarrollo de sistemas agroecológicos mucho más amigables con el ambiente. Estos sistemas de producción basados en control biológico y prácticas agronómicas integrales son difíciles de patentar, están al alcance de todo agricultor y por lo tanto no son vendibles en exclusividad. Siendo técnicas sin propietario, son muy pocos los interesados en demostrar científicamente sus ventajas y en financiar su desarrollo. Ha tenido que ser la naturaleza la que nos demuestre a través del cambio climático y la hambruna de mil millones de personas, la necesidad de revisar la forma en la que hasta ahora hemos distribuido los beneficios de la tecnología en el mundo.

Nuestra forma universalmente aceptada de patentar los beneficios tecnológicos ha ocasionado que nuestra salud y nuestros alimentos estén a merced de las transnacionales. Por eso la ciencia duda hasta de las plantas medicinales; a nadie le interesa demostrar científicamente sus virtudes porque no es posible ser el propietario exclusivo de ellas. Hoy ningún país puede preciarse de tener propiedad plena sobre la genética de sus productos agropecuarios y, con o sin transgénicos, la mayor parte de la producción de alimentos ya está subordinada a lo intereses de empresas multinacionales.

Pero tal vez un tema como el de los Organismos Genéticamente Modificados permita que gran parte de la opinión pública aterrice de una vez sobre la realidad de la producción de alimentos en el mundo. Es poco razonable pedir a estas alturas, cuando casi todo está a merced del manejo perverso de los beneficios de la tecnología y todos consumimos chatarra como borregos, que los agricultores se sacrifiquen utilizando sistemas agroecológicos y germoplasmas nativos que nunca han recibido el suficiente apoyo para demostrar su verdadero valor. El 95% de nuestros productores utiliza soya transgénica porque el sistema los ha condenado a una espiral interminable de consumo de agroquímicos, priorizando ingresos por encima de la salud y la naturaleza. Si tuvieran a su alcance sistemas agroecológicos alternativos validados y viables que les aseguren un ingreso similar al que obtienen con transgénicos, no dudarían en adoptarlos.
El gran desafío actual no está en decidir si se usa o no tal o cual tecnología, sino en cambiar la mentalidad de la sociedad para que la ciencia esté al servicio de la vida.