Hace unos
años la empresa petrolera BP ocasionó un irreparable derramamiento de petróleo
en el Golfo de México por el que tuvo que pagar 20 billones de dólares, suma
importante pero intrascendente porque ningún dinero devuelve la vida. Semejante
catástrofe ambiental resulta pequeña comparada con las tragedias ecológicas
causadas por transnacionales en países en desarrollo con enormes costos
ambientales y sociales.
Fue mucho más
grave otro derramamiento en la región amazónica de Ecuador cuando la empresa
Texaco operó en la zona entre 1964 y 1990. La basura tóxica del petróleo se
infiltró en suelos y napas subterráneas y contaminó el agua de superficie
matando muchos niños por el envenenamiento del medio ambiente. Aunque los
indígenas ganen el proceso judicial abierto contra la empresa por 27 billones
de dólares, el dinero no repondrá el daño por el vertido de 345 millones de
galones de petróleo en un bosque tropical de gran biodiversidad.
En 1984 en la
ciudad india de Bhopal los gases venenosos de una fábrica de pesticidas de
propiedad de la empresa UnionCarbide afectaron a más de medio millón de
personas matando inmediatamente a 2.300 y a 30.000 posteriormente. La empresa
pagó 490 millones de dólares en 1989.
En Nigeria,
el delta del río Níger recibe anualmente mucho más petróleo que el derramado en
el Golfo de México (ya van más de 1,5 millones de toneladas vertidas en el
último medio siglo) a través de filtraciones de tuberías, estaciones de bombeo
y plataformas de extracción de empresas como Shell, Exxon-Mobil y otras.
También están dispuestas a pagar por este crimen para continuar sembrando
muerte.
Todo esto
indica que ya es hora de denunciar la enorme inmoralidad que entraña la
cantaleta repetida de “quien contamina paga” porque es la misma mentalidad que
regía la compra de indulgencias a la Iglesia en el siglo XVII denunciada por
Lutero. La contaminación es un crimen y, como todo asesinato, es irreversible.
Desde hace
unos 30 años la región del Beni ha sido alterada por la deforestación
permanente de la cuenca alta de sus caudalosos ríos. Siendo una enorme planicie
de suelos arcillosos de deficiente infiltración y con ausencia casi total de
relieve, se transforma durante la época de lluvias en un enorme represamiento
natural. La destrucción del bosque de la zona alta incrementa peligrosamente el
flujo de agua alterando el ecosistema. Pero aun sabiendo esto se cometió el
crimen de promover asentamientos humanos en estos bosques a través del
desarrollo alternativo promovido por Usaid; un asesinato ambiental cuyas
consecuencias no fueron capaces de entender los “expertos” de entonces. Actualmente grandes
intereses económicos impusieron la construcción de represas en el Brasil por
encima de las recomendaciones dela licencia ambiental.
Ambas acciones
fueron como abrir el grifo arriba y reducir la salida de agua abajo: la
inundación rebasó todos los niveles históricos.
Todavía falta
que las empresas que operan las represas acepten su responsabilidad y cuando
esto se logre, paguen todos los años por esta alteración catastrófica. Pero
aunque paguen ya han afectado y destruido la vida y han cometido un asesinato a
una reserva de agua del planeta, porque la región de los Llanos de Moxos es uno
de los más grandes sitios Ramsar del mundo.