Los guaraníes heredaron una forma tradicional
de policultivo muy importante para el medio ambiente y para la seguridad
alimentaria, pero no para el mercado. Al mundo no le interesan cultivos
mezclados; necesita grandes cantidades de maíz para la industria y eso se logra
con monocultivos. Además necesita el maíz amarillo duro, no el perla blando de
la tradición guaraní.
El mercado también demanda frejol en grandes
cantidades de monocultivo, pero no el poroto kumanda que mezclan los guaraníes
con maíz y menos el resto de cultivos chaqueños que coadyuvan al uso adecuado
del suelo y a su preservación, como el zapallo, su pariente silvestre el joco y
otros que se mezclan con maíz y kumanda reduciendo el impacto de sequías, insectos
y hongos.
Como al mercado no le interesan estos
policultivos, nadie desarrolla tecnologías para expandirlos. Pero en contraste existen
grandes avances tecnológicos para producir en estas regiones extensos
monocultivos de maíz industrial, frejol y maní. Los guaraníes necesitan
sobrevivir en una sociedad mercantilista y por eso están cada vez más empujados
a dedicarse a estos monocultivos y dejar sólo pequeñas áreas a sus policultivos
tradicionales para la alimentación familiar.
Esta es la historia repetida de muchos otros
grupos étnicos que han sido obligados por una sociedad consumista a abandonar
sus antiguas prácticas amigables con la naturaleza.
Pero lo paradójico está en que estos grupos están
siendo “cooperados” por un enjambre de entidades - tanto no gubernamentales
como del Estado, de gran discurso ambientalista - que ni promueven mejoras en
los policultivos ni asesoran para que los monocultivos se hagan bien. Han
dejado hasta ahora a los agricultores pobres a medio camino, sobreviviendo como
pueden entre prácticas tradicionales incomprensibles para los técnicos y para el
mercado y tecnologías modernas rechazadas por desinformación y poses políticas.
El gran contraste entre el desarrollo de la
agricultura industrial y el subdesarrollo de la agroecología se debe a que
vivimos en un mundo de patentes. Una investigación demanda grandes recursos que
se recuperan al vender el nuevo producto de propiedad exclusiva del
investigador. Pero los sistemas agroecológicos son abiertos a todos, no se
patentan y nadie puede reclamar propiedad sobre ellos. Por lo tanto a muy pocos
les interesa invertir en estas investigaciones cumpliendo con todo el rigor
científico. Es el mismo caso de la medicina natural enfrentada a la industria
farmacéutica.
Sólo entidades sin fines de lucro,
fundaciones, universidades estatales y otras no interesadas en patentes, pueden
ampliar las investigaciones en sistemas agroecológicos. Lastimosamente hasta
ahora la mayoría de estas organizaciones, en vez de dedicar mayores esfuerzos a
conseguir financiamiento para validar y aplicar esta tecnología, se dedican a
lamentarse y a denostar a la agricultura industrial desinformando a la
población con dramatismos medioambientalistas. Son los principales responsables
del subdesarrollo de la agroecología y de los sistemas agroforestales.
El poblador rural originario tiene una visión
holística en la que no cabe el agronegocio. Para el inversionista
agroindustrial y para el colono extranjero (menonita, japonés o ruso) el
enfoque está en el retorno económico. Pero ambos coexisten y deben ser
firmemente apoyados y exigidos. Por eso las entidades conservacionistas deben
abandonar su actitud plañidera y apuntalar con fondos a la agroecología y los
gobiernos dejarse de posiciones ambiguas. Ambos nos han llevado hasta ahora a
los resultados vigentes: rendimientos bajos, mala calidad, magros ingresos,
pobreza permanente.